Es difícil hablar de Dios. Nosotros estamos dentro de él, vivimos inmersos en su presencia: por eso es difícil hablar de él. ¿Cómo podría un pez hablar del agua? Pero hay algo evidente que podemos decir. En efecto, si la escritura revela el carácter y el estado de ánimo de una persona; si un cuadro expresa el ánimo de un pintor, así también el mundo nos manifiesta algo de su autor: Dios. El físico inglés Isaac Newton (1642-1727), vibrante de estupor por la armonía que existe en el firmamento dejó este escrito en el que afirma: ‘Esta noche he quedado absorto en la meditación sobre la naturaleza. Admiraba los números, pero admiraba más aún la Inteligencia infinita que preside este vasto mecanismo. Me decía a mí mismo: hay que ser ciegos para no quedar extasiados ante este espectáculo, necios para no reconocer al Autor, locos para no adorarlo”. El célebre filósofo francés Denis Diderot (1713-1784), que ciertamente no era un eximio exponente de religiosidad, ha confesado: ‘El ojo y el ala de una mariposa bastan para anonadar a un ateo”. Y el gran botánico sueco Carl Linneo (1707-1778), añadía: ‘El Dios eterno, el Dios inmenso, sabio, omnipotente, ha pasado delante de mí. Yo no le he visto su rostro, pero he visto las huellas de su paso”. En fin, el novelista ruso Boris Pasternak (1890-1960), Premio Nobel de Literatura 1958, ha destacado que: ‘El espacio, aquí en la tierra, es como el interior de una catedral. Desde las ventanas se me ha permitido escuchar el eco de un coro lejano y celestial”. Pero el mundo puede decir muy poco de Dios. En efecto, a una persona se la conoce sólo si se la encuentra. Creemos que Dios se ha dejado encontrar por el hombre: es la fiesta de hoy. Creemos que Dios ha venido al mundo a decirnos algo de sí mismo. No es una fábula, sino que es la historia de Cristo y que todos podemos verificar. Pero también aquí se hace necesario precisar algo más. En Cristo, Dios se ha hecho cercano, se ha traducido en términos humanos, pero sobre esta tierra nunca será posible conocer a Dios cara a cara. Nuestra condición sobre la tierra es una particular condición: asemeja a la del niño en el seno de la madre. El pequeño siente a la madre, pero la conoce poco porque aún no está en grado de verla. Así nos sucede a nosotros: mientras vivimos en la tierra no podemos pretender la evidencia. No podemos ver el rostro mismo de Dios. Ver a Dios cara a cara significa entrar en el más allá. Pero aunque veamos a Dios y salgamos del mundo de los signos, Él seguirá siendo un misterio. Es que si lo pudiéramos entender, seriamos como Él. Esto no sucederá nunca ni podrá suceder.
Nosotros creemos en Cristo, y Cristo nos ha dado a conocer a Dios como Padre. La palabra ‘Abbá”, es decir, Padre, era inaudita, escandalosa. Pero, después de Cristo se ha abierto un velo. Dios se ha dado a conocer como Amor Infinito. Esta esperanza procede de una certeza: Dios es Amor, es Bondad, y nunca podrá renegar de sí mismo. Pero Cristo se ha presentado a sí mismo como igual al Padre: ‘Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Si no me creen, créanlo por las obras mismas” (Jn 14,11). La afirmación de la divinidad de Cristo escandalizó antes y sigue escandalizando ahora. Dejando este mundo, Jesús promete un Abogado defensor, el Espíritu Santo, igual al Padre e igual al Hijo. Carlo Carretto, luego de vivir varios años de oración en el desierto, un día confesó: ‘No tengo más necesidad de argumentos para demostrar la verdad de mi fe: la verdad de Dios. Ahora yo la siento”. Es una afirmación que todo verdadero creyente puede suscribir, porque cuando se vive intensamente la fe, se advierte que es verdadera: más verdadera que aquello que vemos con los ojos o tocamos con nuestras manos. Es que quien vive con Dios intensamente, lo anuncia fácilmente. Dios no es una soledad sino una familia. Dios es amor. Hay en él uno que ama, uno que es amado y el amor que los une. Los cristianos somos monoteístas. Creemos en un Dios que es único y no es solitario. ¿A quién amaría Dios si estuviera absolutamente solo? ¿Tal vez a sí mismo? Pero entonces el suyo no sería amor, sino egoísmo o narcisismo. El misterio de Dios es la máxima afirmación de que se puede ser iguales y diversos. Tres personas distintas y un solo Dios. De esto es lo que tenemos necesidad urgente de aprender para vivir adecuadamente en este mundo. Se puede ser diversos en color de la piel, cultura, sexo, raza y religión, y en cambio gozar de igual dignidad, como personas humanas.
Dios no es soledad

