"En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. El ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: "¡Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada, pero el ángel le dijo: "No temas, María, porque Dios te ha favorecido”. María dijo entonces: "Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho” (Lc 1,26-38).
En este cuarto domingo de Adviento, la liturgia de la Palabra nos presenta el texto de la Anunciación del ángel a la Virgen. La carta de Dios que es María, comienza con una palabra tan amplia que encierra en sí misma, como en una semilla, toda su vida. Es la palabra "gracia”. Y entrando dijo el ángel: "Alégrate llena de gracia”, y de nuevo: "No temas, María, porque has encontrado gracia”. Al saludarla, el ángel no llama a María por su nombre, sino que la llama simplemente "llena de gracia” o "colmada de gracia” (en griego: "kecharitomene”). María es aquella que es "querida” por Dios. La gracia de María está, ciertamente, en función de lo que sigue al anuncio del ángel, es decir, en función de su misión de Madre del Mesías, aunque no se agota en ella: María no es para Dios sólo una función, sino que ante todo es una persona, y es precisamente como persona por lo que es tan querida para Dios desde toda la eternidad.
Pero, ¿qué es la gracia? El significado más común es el de belleza, encanto, amabilidad. La gracia es lo que embellece el alma y transmite exteriormente una luz radiante. Santo Tomás de Aquino explicaba magistralmente que la belleza abarca tres cualidades: integridad o perfección, proporción o consonancia, y claridad (Suma Teológica I, q.39 a.8). La gracia, que es belleza interior, nos hace más perfectos e ilumina nuestra vida y la de los otros. Quienes hemos podido conocer a la Madre Teresa de Calcuta quedamos asombrados de ver la luminosidad que emanaba de su rostro sereno y lleno de paz. Esa es la belleza de la gracia que ha vivido María y los santos: una realidad espiritual que atrae y conduce al asombro.
María dijo un "sí” decidido y pleno a Dios. Ella, ante el anuncio del ángel, dijo "amén”. Esta es una palabra hebrea que significa "solidez, certeza”. Con el "amén” se reconoce lo que se ha dicho como palabra firme, estable, válida y vinculante. Su traducción exacta es, "Así sea”. Indica fe y obediencia conjuntamente; reconoce que lo que Dios dice es cierto y se somete a ello. San Pablo dice que "Dios ama al que da con alegría” (2 Cor 9,7) y María dijo a Dios su "sí” con gozo. En esta Navidad que se aproxima, hay que hacerle lugar en nuestro pobre y pequeño corazón, con nuestro "sí”, a ese Divino Niño que busca posada y calor en el corazón de cada hombre y de cada mujer. En el evangelio hay una escena muy tierna, y es el de la Virgen embarazada que, montada en un burro, anda buscando una posada donde poder dar a luz. Esa posada, es hoy nuestro interior. La Palabra hecha carne busca una morada entre los hombres. No seamos como quienes al sentir el golpear de la puerta, miremos por la rendija de nuestro egoísmo, nos quedemos adormecidos en nuestra letal indiferencia, sin importarnos que sea Dios quien llama buscando un sitio donde acampar entre la humanidad, o nos hagamos los sordos para no tener que "meternos en problemas” con un Dios que nos puede pedir amplitud de corazón para poder nacer allí.
El poeta argentino Francisco Luis Bernárdez (1900-1978), tiene unos versos maravillosos en una poesía que él mismo titula: "La puerta cerrada”, donde dice: "Mientras el Señor errante, pedía en tu puerta hogar, para convertirlo en cielo, por toda la eternidad, tú, con la puerta cerrada, no lo dejabas entrar. Mientras el Señor hambriento, pedía en tu puerta el pan, que luego convertiría en la hostia del altar, tú, con la puerta cerrada, comías el tuyo en paz. Mientras el Señor pedía, de puerta en puerta un lugar, para nacer y salvarte, de tu propia soledad, Tú, con la puerta cerrada preferías tu orfandad. Pídele perdón, amigo, pídele perdón, si aún tienes corazón”. Adviento es el tiempo en el que Dios pasa buscando un lugar donde manifestarse. Hay que hacerle "un lugar”, y por eso, debemos tirar fuera del corazón todas aquellas cosas que le están quitando lugar al Niño Dios. Recordemos que en Navidad, Dios ha querido venir a vivir en la tierra. Es como que ha dicho: "¡Basta! Quiero descender para estar en contacto con mi obra de arte que es la persona humana”. ¿Qué esperamos, entonces, para abrirle la puerta y dejarlo entrar?