Al construirse la "Senda del Peregrino", una estrecha vía pavimentada de 29 kilómetros de extensión, paralela a la Ruta 141 y destinada especialmente para el tránsito de peatones promesantes que continuamente caminan hasta Vallecito, distrito Caucete, donde se encuentra el paraje Difunta Correa, se realizaron siete paradores. Son lugares techados, provistos de asadores con parrillas, mesas y banquetas de cemento, para que las familias o grupos de peregrinos disfrutaran de esas comodidades.
Desde su inauguración, hace casi cuatro años, estos sitios ubicados en distintos puntos del trayecto se han ido deteriorando paulatinamente, en particular por acción de la propia gente que no toma los recaudos para la conservación de las instalaciones, ni evita tampoco que grupos de vándalos destruyan o roben sus elementos.
Lo que se puede observar en la actualidad es la falta de las parrillas de hierro con que fueron previstos los asadores y la suciedad, caso de pañales y trapos quemados sobre esas estructuras; las mesas y bancos de cemento, al igual que los muros construidos con piedras, con leyendas escritas con pintura o carbón y basureros metálicos forzados y con papeles o plásticos quemados en su interior.
La forestación de los paradores, en su mayoría ejemplares de aguaribay, muestra en el mejor de los casos un total estado de abandono. Hay arbolitos que han desaparecido o están totalmente destruidos por acción de los mismos inadaptados. Los daños se repiten en la zona y en algunos de los galpones de la Difunta Correa, donde hay obras realizadas hace poco pero ya totalmente destruidas.
Esta situación se repite en otros puntos turísticos de San Juan o en las rutas que conducen a ellos donde se observan señalizadores rayados, desprendidos de sus soportes o perforados por balas de los supuestos cazadores furtivos que suelen frecuentar zonas alejadas de la provincia.
Concientizar a la gente, incluyendo a los niños, sobre la necesidad de preservar el patrimonio público, surge como una prioridad de la política educativa que tiene que trascender las aulas para llegar a toda la comunidad con un mensaje claro y preciso. De una vez por todas debemos comenzar a respetar los bienes públicos, como si fueran nuestros, desechando el absurdo de que lo que está en la calle no es de nadie y que existe el derecho de destruirlo por puro placer. Y que los responsables del mantenimiento no hagan nada porque después lo rompen, creando otro círculo vicioso.
