Con la inminente venida a nuestro país del escritor peruano (nacionalizado español) Mario Vargas Llosa -premio Príncipe de Asturias, 1986; Premio Cervantes, 1994; desde 1994 miembro de la Real Academia Española de las Letras, y Premio Nobel de Literatura, 2010-, salieron a relucir sus no lejanas declaraciones sobre distintos países sudamericanos -entre ellos Argentina-, diciendo de Estados represivos de la libertad ciudadana, descalificándolos al tacharlos de antidemocráticos, personalistas, o absolutistas.

Cabe aquí una apreciación: Sintiéndonos, o no,"tocados” , y desde el punto de vista más ecléctico que pueda encontrarse, no debemos olvidar que Argentina es un país que desgraciadamente conoce bien la pérdida de los derechos humanos, y la represión, en todas sus formas, pero que, pese a las actuales políticas de ofuscación y desencuentro, vamos de la mano de un tiempo que mantiene expectativas promisorias.

Tomadas con pinzas las manifestaciones de Vargas Llosa, y a raíz de ellas y de nuestro pensar nacionalista, en nuestro país se suscitó el debate sobre la circunstancia de que, con la invitación, se ofreció al escritor ser él quien inaugure este mes la Feria del Libro, en Buenos Aires. ¿Craso error? ¿Debe o puede un extranjero -aunque sea Premio Nobel- tener opción directa de sobreposición ante un calificado argentino -fuere quien fuere- para pronunciar el discurso de apertura en un acto de tanta trascendencia?

Surge el dilema de la pluralidad enfocada como sistema de ideas disímiles, pero agrupadas sectorialmente en cualesquiera de sus aspectos transitivos, comunicativos, de ensambles, o, tal vez el mejor, de convergencia hacia un principio de equilibrio medio ambiente, que es el conjunto de circunstancias culturales, económicas y sociales que vive cada una de las personas inmersas en permanente contacto ideológico.

La pluralidad no debe ser considerada como dispersión de opiniones, sino como creadora de derechos contextuados que se asimilan en grupos humanos, que si se confrontan lo deben hacer con el único fin de resolver problemas comunes al bienestar de la sociedad ciudadana.

En el personal caso de Vargas Llosa, el pluralismo va muy a la zaga -si va- de su singularismo, atinente éste -como en cualquier persona- a su manera de ser: El escritor -sin justificar sus errores- es como "es”, igual que todos nosotros que somos como "somos”: Una singularidad como individuos, formando entre todos y cada uno una pluralidad que entra en el orden de la vida.

Las disímiles ideologías que desde sus originales enfoques han captado el "asunto” Vargas Llosa, han dado lugar a un sano intercambio de opiniones que debe medrar solamente con el sentido común, acrecentándolo dentro de esa órbita política en la que a veces se está, se la vive, pero no se la asimila en toda su magnitud de "poder”, por edificante y genuina en sus bases de morigeración en el orden público e institucional: El sentido alertante y necesario de "la otra campana”.

El escritor peruano se permitió abiertamente "cometer” deslices verbales en declaraciones sobre ideologías partidistas, y ello, por ser él quién "es”, nos deja camino abierto para ubicarlo -sin desmerecerlo en sus lauros- como alguien que "actúa” en política por pasatiempo y no como profesional.

Viceversa de Vargas Llosa, creemos en la pluralidad bien entendida, creemos que el pensamiento positivo induce al individuo a actuar positivamente; en caso contrario entorpece su claro discernimiento y anula sus facultades optativas, induciéndolo por el solo camino del parcialismo, donde no fecunda la debida equidad.