La segunda vuelta de las elecciones presidenciales brasileñas, las más ajustadas e impredecibles desde el regreso a la democracia, se definirá mañana en medio del suspenso que rodea a Dilma Rousseff que aspira a un nuevo mandato y el opositor Aécio Neves, la figura que eclipsó a Marina Silva en la primera votación del 5 de octubre último.

Hace una semana, el sondeo de la principal encuestadora de Brasil señaló que la clase media baja se inclinaba a favor de Neves en un 52%, frente al 48% de Dilma, pero ahora, la misma firma giró el porcentual del 53% al 47% a favor de Rousseff, tras hacer anuncios para fortalecer la economía, quedando una diferencia de error de sólo dos puntos.

Esto refleja un pronóstico impredecible, en manos de los indecisos y la masa de asalariados que no recibe dádivas oficiales y ya mostró su disconformismo con el Gobierno, ganando las calles meses antes del Mundial. Hacia ellos fue dirigida la agresiva campaña de Dilma por convencer a los votantes que todo sigue yendo bien y que ella se preocupa por los verdaderos intereses económicos, mientras que a Neves -al que se acusa de elitismo-, sólo se interesa por los ricos.

Los analistas observan que si bien los brasileños reconocen lo que ha hecho el Partido de los Trabajadores para sacar de la pobreza a millones de familias, reclaman ahora otro liderazgo para fortalecer el crecimiento, en particular para controlar la inflación antes que desborde y mejorar los servicios públicos. Pero la histórica crisis hídrica en el Estado de Sao Paulo, gobernado por el Partido de la Social Democracia Brasileña, reapareció en las últimas horas como arma de Brasilia para asestar un golpe a Aécio Neves en su feudo electoral.