La guerra civil en Siria ha llegado a las ciudades más grandes del país, en una de las oleadas más extensas y sostenidas de violencia desde que comenzó la revuelta contra el presidente Bashar Assad, hace 17 meses. Ayer la ONU esperaba un enfrentamiento definitivo en Alepo, la ciudad más grande del país, mientras la Cruz Roja evacuaba a su personal de Damasco por razones de seguridad.

Bajo la estricta dominación de la dinastía Asad desde 1971, Siria es unos de los países clave en Oriente Próximo por su influencia sobre sus vecinos, sobre todo Jordania, por su frontera con Turquía y por las buenas relaciones con Irán. Conocido como el "presidente autista”, cada vez más solo en su palacio de Damasco, Bashar al-Assad duda entre partir al exilio, replegarse o resistir a esta rebelión popular iniciada desde hace 17 meses, transformada ahora en una guerra civil que ya dejó más de 20.000 muertos, debido a los medios que posee la dictadura para resistir.

Ante la amenaza sobre su estabilidad en el poder, Asad no ha dudado en utilizar la fuerza de la manera más tajante posible, llegando a la represión violenta y feroz. El conflicto se ha convertido en una guerra civil expandida a las ciudades más grandes y a las fronteras, en la que lo que está en juego es el control de la capital. Hasta hace algunos días, Damasco era considerada como un bastión inexpugnable del régimen. Los combates que se libraron allí en los últimos días son los más intensos desde que comenzó la rebelión.

Hay quienes afirman que el presidente sirio estaría dispuesto a resistir en Damasco hasta el final. Si ésa fuera su intención, se teme que, en un gesto desesperado, decida utilizar su arsenal de armas químicas, a pesar de que se ha desmentido esa posibilidad. La preocupación occidental es tan grande, que miembros del Pentágono y del Ministerio de Defensa israelí analizaron la posibilidad de atacar esos depósitos letales. Cuando la situación llegue inevitablemente al punto de no retorno, Moscú seguramente aconsejará a Al-Assad que opte por el exilio, aunque el régimen no parece dar signos de haber llegado a ese límite. Después de casi 17 meses de apoyo casi incondicional, el presidente Vladimir Putin parece reconocer que ha llegado el momento de la transición política, al precio de algunas concesiones.

La necesidad de una solución realista ha sido sustentada por Estados Unidos, que parece haber atendido el presidente ruso a fin de evitar algo que sería otra derrota de la racionalidad, de la diplomacia y del sentido común: que Siria se convierta en un segundo Irak.