El pasado miércoles 8 del corriente fue recordado Santo Domingo de Guzmán, quien en agosto de 1216 fundó su Comunidad de predicadores. Nació en Caleruega, cerca de Burgos, España, en el seno de una noble familia castellana-alemana, en 1171. Su madre, Juana de Aza, era una mujer admirable en virtudes y ha sido declarada Beata. Lo educó en la más estricta formación religiosa.

Los jóvenes tienen ahora la posibilidad de conocer a un misionero del siglo XII que creció y maduró en su vida sosteniendo que "No puede ser que Cristo sufra hambre en los pobres, mientras yo guarde en mi casa algo con lo cual podía socorrerlos”. En oportunidad de viajar por el sur de Francia, Domingo advirtió (como ocurre hoy con la expansión de sectas) que los herejes invadían grandes regiones haciendo mal a las almas de las personas. Entonces acompañado de 16 amigos en la fe y con un ejemplo de total pobreza -vendiendo hasta sus libros- y con una admirable santidad de conducta comenzó a evangelizar con impresionantes resultados apostólicos sosteniendo: "…con la humildad se ganan los corazones”.

Domingo, presentó la verdad de una manera sorprendente, pues, con el evangelio sobre su mano predicaba "la verdad es una persona”. No es entonces la verdad una teoría, un supuesto, una enseñanza cautiva ni menos aún privativa de quienes dicen sostenerla, sino que ella misma debía ser testimoniada con el mismo ejemplo y la virtud, pues así se llega a la persona de Jesucristo (Juan 14,6). Por ello el símbolo de la cruz y el "Veritas” -Verdad- que encontramos en el escudo de la Orden de Predicadores (OP).

Los tiempos que corremos presentan una verdad distorsionada, una verdad constantemente vulnerada y sostenidas por hombres mediocres que pueden aducir el bien pero a quienes cuesta encontrar el modelo en su accionar.

El mismo impacto que sufre hoy la verdad lo sufre hoy la Iglesia, desde distintos ángulos y por ende este mismo impacto acomete hacia los hombres de buena fe. También vivimos la ofensiva contra la libertad por distintos exceso o desviaciones; se promueven creencias que afectan la intimidad familiar, se confunde sobre la fe utilizando las sagradas escrituras; cada cual se cambia de creencia aduciendo falsedad en los hombres, nada más errado pues, la doctrina es una y los hombres se equivocan. Demostrado está con más de quinientas divisiones en el cristianismo. Se aduce diversidad de ministerios para proclamar una autonomía personal de la fe y por ende se abandona la fe original universal de los apóstoles.

De esta manera la convicción católica continuamente recibe fuertes embestidas y sin embargo sigue en pie por ya casi dos mil años. Dios no divide sino une, en cambio el hombre separa, disgrega y termina por disociar la fe.

Y cuentan las antiguas tradiciones que Santo Domingo vio en sueños que la ira de Dios iba a enviar castigos sobre el mundo, pero que la Virgen Santísima señalaba a dos hombres que con sus obras iban a interceder ante Dios y lo calmaban. El uno era Domingo y el otro era un desconocido, vestido casi como un pordiosero. Y al día siguiente estando orando en el templo vio llegar al que vestía como un mendigo, y era nada menos que San Francisco de Asís. Nuestro santo lo abrazó y le dijo: "Los dos tenemos que trabajar muy unidos, para conseguir el Reino de Dios”. Y desde hace siglos ha existido la bella costumbre de que cada año, el día de la fiesta de San Francisco, los Padres dominicos van a los conventos de los franciscanos y celebran con ellos muy fraternalmente la fiesta, y el día de la fiesta de Santo Domingo, los padres franciscanos van a los conventos de los dominicos y hacen juntos una alegre celebración de buenos hermanos.