Jesús decía a sus discípulos: "Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes. Lo llamó y le dijo: "¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto". El administrador pensó entonces: "¿Qué voy a hacer ahora que mi Señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza. ¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa! Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: "¿Cuánto debes a mi señor?". "Veinte barriles de aceite", le respondió. El administrador le dijo: "Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota diez". Después preguntó a otro: "Y tú, ¿cuánto debes?". "Cuatrocientos quintales de trigo", le respondió. El administrador le dijo: "Toma tu recibo y anota trescientos". Y el Señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz. Pero yo les digo: Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que les falte, ellos los reciban en las moradas eternas. El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho" (Lc 16,1-12).
La legislación relativa a los préstamos en Israel, era distinta de la práctica más permisiva que se seguía generalmente en el mundo antiguo. Las leyes babilónicas de Hammurabi, en el 1750 antes de Cristo trataban de regular los intereses devengados, para que no se onerara excesivamente a los deudores. En ese código, el tipo de intereses se fijaba en el 20 % para préstamos de dinero y en el 33 % para inversiones de cereales. Las leyes de la sociedad judía habían nacido y se habían quedado en el tiempo del nomadismo, del pastoreo, donde los lazos familiares y tribales eran muy fuertes y, por tanto, había solidaridad. Allí el pedir prestado era siempre por necesidad, por pobreza, y no para emprendimientos comerciales, ni para hacer negocios como lo era entre el Tigris y el Eufrates. Por eso en la Sagrada Escritura, el prestar a interés, estaba prohibido y era considerado pecado. Es interesante que uno de los términos utilizados para designar el interés, en hebreo, sea la palabra "neshek", que significa literalmente "mordida", "mordedura"; y, otra, "tarbit", que significa "retorno". Extrañas coincidencias del lenguaje a través de los tiempos. De hecho, en la época de Cristo, el asunto de los intereses era doblemente odioso. La pauperización en Palestina del campesinado rural bajo el dominio romano había llevado a aquel a endeudarse con el solo fin de pagar impuestos, y finalmente, fundirse. La propiedad de la tierra había pasado a la alta burguesía y aristocracia de las ciudades, que solía acumular extensas superficies de terreno, latifundios, que generalmente ni siquiera visitaban, y eran apenas un nombre y unos números en un papel. Un administrador era el encargado de hacer rendir esas tierras más o menos de acuerdo a ganancias relativamente normales. A dicho administrador no se le pedía mucho más, porque la estancia no interesaba en sí misma, sino como prenda. El dueño no tenía ninguna vocación agraria. Lo único que le importaba era que los números de lo producido fueran regulares.
El administrador solía ser un liberto o un huérfano criado en la familia. Un "bem bayit", literalmente un "hijo de la casa", más o menos educado para esas funciones entre la servidumbre. Cuando lograba adquirir una administración, lo menos que pensaba era hacer rico a su patrón. Uno de los recursos para enriquecerse él, era el préstamo a interés; ese préstamo que, según la legislación judía, debía ser gratuito y que por lo tanto el patrón, desde la ciudad, legalmente, en sus libros contables, no podía exigir sin hacerse fácilmente vulnerable ante la ley. El administrador del que habla el evangelio es un hombre sin escrúpulos, que no sólo malversa los bienes de su patrón, sino que vive de la usura. Ante la sospecha por estas acciones, llama a sus deudores y les hace firmar la cantidad real que les ha prestado. El patrón no podrá reprocharle nada porque cobrará como es justo lo que prestó y, al mismo tiempo, queda bien con sus deudores. Este hombre, frente a una situación de emergencia, cuando estaba en juego su porvenir, dio prueba de dos cosas: de extrema decisión y de gran astucia. Actuó pronta e inteligentemente, si bien no honestamente, para ponerse a salvo. Jesús viene a decir a sus discípulos que esto es lo que deben hacer para poner a salvo no el futuro terreno, que dura algunos años, sino el futuro eterno. Séneca decía que "La vida a nadie se le da en propiedad, sino a todos en administración". Todos somos "administradores". Habrá que vivir con decisión y astucia.
