Dos niños corren hasta el horno de ladrillos ubicado en los fondos de la humilde casa del Barrio Rivadavia, persiguiendo un hermoso gato. Estos niños no saben que un gato no se deja atrapar si no te conoce. Hugo se ha quedado quieto tras un montículo de tierra. Cuando trata de arrimarse al animalito, un pájaro lanza un enorme canto que rebota en la catedral de la mañana que crece a fuego lento, y se aleja en ecos que -se me ocurre- jamás se detendrán. Entonces el gato vuelve a correr.

De puro corajudos, casi niños, subimos al escenario de la Peña "El Alero" y cantamos la zamba "Pampa del Chañar". Al bajar, le preguntamos a Ramón Zárate como salió. "Mal", nos dice. Pocos años después estábamos en escenarios de Buenos Aires y grabando para la RCA Víctor.

Hace unos meses cantamos por última vez. No sabíamos que sería la última. Jamás imaginaríamos una despedida así.

Habiendo terminado de ensayar, desde la otra habitación del Hotel, Hugo me grita que alguien pasa por la vereda silbando nuestra zamba "Recordemos". Recién la han grabado "Los Quilla Huasi", por eso el hecho nos paraliza en aquella Buenos Aires que acogió a dos adolescentes con los brazos abiertos.

Años de miel pasan, años de lucha y obstinación por la música cuyana, esa cenicienta que poco espacio tiene. Sin embargo, esa convicción fue nuestro emblema fuera de la provincia y por el mundo. Desde todas partes recibimos respuestas a esa lucha. Hoy estamos agradecidos de haber defendido a nuestra provincia y nuestra región.

El Auditorio "Juan Victoria" está repleto. Seremos los primeros folcloristas en cantar en ese escenario. La publicidad que don Francisco Montes nos regaló, diseñada por sus propias manos, ha dado resultados. Hugo se para a la mitad del recital y, con modestia, dice que desea cantar un tango, esa música que es nuestra primera pasión. Con el último acorde, el magno escenario se le viene encima y yo le veo una lagrimita celeste que seca con premura. Desde entonces, los tangos de Hugo integran nuestros recitales como un ingrediente insustituible.

Está muy serio Hugo antes de recibir en San Rafael el premio "Hilario Cuadros" a la mayor trayectoria en la música cuyana. Bueno, eso es proverbial en él antes de cada actuación. Luego se va desatando de a poco, cobra estatura de gigante y se afloja en cantos irremediables, incontenibles.

"¿Cuál es Hugo?", pregunta la chica. "El más buen mozo", le responde la compañera. Son integrantes del primer Club de Admiradoras que se formara en épocas de Lucho Román, y que aguardan en la vereda de Radio Colón.

"Dijeron que no iban a llorar", nos enrostra Delia, nuestra hermana casi niña cuando estamos despidiendo a nuestro padre que se fue a los 52 años. No quiero mirarlo a Hugo, pero yo estallo en llanto ahogado, mordido a impotente.

Fuimos felices con Hugo en la música. El cariño de la gente jamás nos abandonó. Desde el mundo entero volvían y vuelven ecos de nuestras canciones. Jamás tuvimos que pagarnos un disco. Siempre hubo una grabadora que los editó. Fuimos felices con Hugo en esta aventura, aunque él hubiera sido más feliz si la vida le hubiera permitido la oportunidad de continuar sus innegables condiciones de futbolista. El camino se bifurca a cada paso, es esa la vida. Fuimos felices, aunque no todas fueron rosas: sufrimos mucho por no tener acceso en los últimos años a los festivales provinciales, cuando afuera nos acogían en forma extraordinaria.

Dos niños corren hasta el horno de ladrillos ubicado en los fondos de la humilde la del Barrio Rivadavia, persiguiendo un hermoso gato. La vida es una parábola. Todo vuelve al primer sitio. Hugo se ha quedado quieto. Un pájaro lanza un enorme canto que rebota en la catedral de la mañana que crece a fuego lento, y se aleja en ecos que -ahora estoy seguro- jamás se detendrán. Será imposible encarcelar los cantos. Nadie podrá humillarlos ni derogarlos. La canción seguirá defendiéndonos, querido hermano.

(*) Abogado, escritor, compositor, intérprete.