Viendo los sucesos recientemente desarrollados en el Obelisco, recordamos la importancia que debe tener para nuestra identidad nacional el recuerdo de los intereses comunes y los recuerdos históricos compartidos de lugares y personas que fueron haciendo nuestra Historia. Los argentinos tenemos un territorio con el que nos identificamos, donde los habitantes y el lugar se han influido mutuamente a través de generaciones y que han ido dejando el testimonio de su accionar, que fueron constituyendo o deben constituir nuestra identidad cultural.
Por eso es muy buena la memoria y el recuerdo de personas y ciertos lugares que han ido constituyendo hitos en nuestra nacionalidad, tal el caso donde hoy se encuentra el Obelisco y que nos lleva a evocar la figura del presbítero Manuel Alberti, vocal de la Primera Junta de Gobierno en 1810, nacido en Buenos Aires el 28 de mayo de 1763, tuvo una sólida educación impartido en el Colegio San Carlos y en el del Monserrat contiguo a la Universidad de Córdoba.
Según sus biógrafos en Buenos Aires, su figura sacerdotal era conocida, cruzaba la ciudad a caballo recorriendo su parroquia sin limitaciones de tiempo o condiciones climáticas,para brindar los auxilios espirituales. Tuvo una destacada actuación cuando los ingleses tomaron Maldonado en la Banda Oriental. Hay testimonios escritos sobre los saqueos y tropelías cometidas por el invasor. Alberti se opuso enérgicamente, intimando la retirada y a devolver lo robado. Como respuesta su casa fue incendiada y suspendido de sus oficios religiosos.
En el Cabildo Abierto de Mayo de 1810 fue elegido vocal de la Primera Junta del Gobierno Patrio, muy considerado por todos a pesar de que a veces comprometía su investidura sacerdotal con la actuación política. Fue posiblemente el más culto y de palabra más serena en el seno de la Junta, donde votó por la cesación del Virrey y se opuso enérgicamente al fusilamiento de Santiago de Liniers. Falleció de un infarto el 2 de febrero de 1811.
De acuerdo a su testamento quiso que lo sepultaran en las inmediaciones de la iglesia de San Nicolás de Bari, entonces en Corrientes y Carlos Pellegrini donde hoy se levanta el Obelisco y la Plaza de la República. La iglesia de San Nicolás de Bari donde él fue su párroco fue demolida en la década del 30, para construir el Obelisco que recuerda los cuatrocientos años de la segunda fundación de la Ciudad. No se dejó la señal que recordara de alguna manera que allí había una tumba ilustre y que en la torre de la iglesia de san Nicolás de Bari flameó por primera vez en Buenos Aires la Bandera Patria el 13 de agosto de 1812 y así vino el olvido, el atropello y vandalismo.
Nada recuerda lo que allí pasó, perdimos la memoria y el culto de un lugar muy caro a nuestra Historia y que debemos respetar como tal. Ahora ya no flamea la bandera patria que fue arriada, sino la un club deportivo en medio de desmanes y atropellos. Nadie recordó que en ese lugar debe estar sepultado Manuel Alberti, porque sus restos no figuran en la nueva iglesia, ni en la documentación del Cementerio de la Recoleta. El fallecimiento de Manuel Alberti le hizo decir a Mateu: "’Perdimos a un gran hombre. Debe llorarlo todo buen patriota. Es el hombre que desapareció de mi compañía. Aquel que de todo lo que tengo andado en su clase era el mejor conocido”.
En parte así recordábamos al prócer y al lugar a través de DIARIO DE CUYO con motivo del Bicentenario de la Revolución de Mayo de 1810.
(*) Miembro de Número de la Junta de Historia Eclesiástica Argentina.
