Jesús propuso a la gente otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Los peones replicaron: ‘¿Quieres que vayamos a arrancarla?’. "No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero" (Mt 13,24-30).

Pensábamos que ya habían pasado los tiempos de la intolerancia, pero no. Los que se presumen de tolerantes sólo aceptan a los de su ideología, afiliación partidaria o aplauden a su mismo equipo deportivo. Muchos "graffiti" nos indican desde las paredes a quién es que se debe odiar y a quién hay que detestar o desterrar. En la liturgia católica se lee este domingo un texto del libro de la Sabiduría (Sab 12,13-19). El autor del texto sagrado conocía de modo perfecto tanto la tradición hebrea como la cultura griega. En medio de una sociedad politeísta, él reconocía a un solo Dios. Y a él se dirige confiado: "Tú, eres dueño absoluto de tu fuerza, juzgas con serenidad y nos gobiernas con gran indulgencia". Su oración es una verdadera confesión de fe. Pero incluye también un código de conducta moral al afirmar: "Al obrar así, tú enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser amigo de los hombres y colmaste a tus hijos de una feliz esperanza, porque, después del pecado, das lugar al arrepentimiento". En realidad, sólo quien ha experimentado el sabor divino del perdón puede perdonar. El soberbio y el arrogante, siempre cree que todo el resto de la humanidad, fuera de él claro está, le deben mendigar misericordia.

Moderación, indulgencia, humanidad y esperanza, son las cuatro virtudes que resumen el espíritu de tolerancia. La modestia no es una virtud apreciada en la sociedad actual. Aun cuando los filósofos griegos la elogian como virtud, la mayoría de las personas la tiene en poca estima. Todo el mundo busca promocionarse y vender su propia imagen en las mejores condiciones posibles. Muchos quieren hacer el bien, pero también pregonar lo que hacen. Así está escrito en los libros sobre "management". Casi todo es "marketing". Es modesto quien está conforme con la parte que se le ha asignado: de dones, los cuales no nos eximen de explotarlos; de capacidades, de posibilidades. No tiene que hacerse más grande de lo que es. No considera necesario mirar al otro con codicia. Aquí radica el fundamento de la paz interior y de la felicidad. "La modestia es la valla de la sabiduría", dice un proverbio judío. Esta no es una actitud de espíritu apocado y reprimido. Todo lo contrario. Quien se conforma y sabe dar frutos abundantes de aquello que Dios le ha concedido es verdaderamente sabio. Sabe más, se comprende a sí mismo, y por eso está en suelo firme. No mira de reojo a los otros, sino que es libre para ver en profundidad y reconocer el auténtico fundamento de la vida. En alemán "Weisheit ("sabiduría") proviene de "wissen" ("saber"), y "wissen", a su vez, proviene de "schauen" (del latín "vidi": "he visto"). La modestia es como una valla que limita el espacio donde puedo experimentar la verdad y percibir la realidad. No llega a ser sabio quien está siempre mirando a otra parte, sino quien reconoce el fundamento de todo ser. La valla de la modestia protege el espacio interior donde puedo ver el fundamento y el misterio de mi ser y de todo ser.

La segunda virtud es la indulgencia, que tiene que ver con la benevolencia, "querer el bien del otro" y la paciencia. Los seres humanos sólo pueden vivir juntos a largo plazo si son pacientes unos con otros. Si uno echa en cara a otro cada error que comete, si no deja de espiarlo para descubrir sus debilidades, entonces la convivencia se vuelve inhumana. Por eso los antiguos monjes exhortaban sobre todo a la humildad. Y es propio de esta ser pacientes con los demás y no juzgar a nadie. Un Padre del desierto del siglo IV decía que la humildad no tiene lengua para criticar a los otros ni ojos para ver los errores del prójimo. La parábola del trigo y la cizaña nos indica que hay dos modos de mirar: la mirada de los siervos que observan sólo la cizaña, lo negativo, el peligro, y la del dueño del campo que se fija en las espigas, descubriendo ya en ellas el pan. Todos hemos sido creados, no a imagen del enemigo y de su noche, sino a imagen del Creador y de su luz. Por eso es que, mirar lo positivo de nosotros y de los demás, nos hace más humanos y más esperanzados, coronando así las virtudes que engendran la tolerancia.

 

Por el Pbro. Dr. José Manuel Fernández