Que lejos están aquellos tiempos cuando podíamos ir a un estadio de fútbol o una manifestación popular en las que reinaba el respeto por las personas, por el rival, por las cosas. Cuando un simpatizante de un club salía de la cancha dialogando con el simpatizante del otro club comentando las incidencias del juego. Siempre hubo alguno que lanzaba un exabrupto, pero al finalizar todo estaba olvidado.
Hoy las cosas son distintas, el rival es un enemigo, el que piense distinto merece una paliza y ni hablar de estar sentado en una tribuna al lado de otro hincha que use otros colores: es la muerte segura.
Hoy los clubes deben renunciar a una parte de sus tribunas para crear "pulmones”, como les llaman a esos claros en las gradas pobladas de policías para evitar peleas y desmanes.
Recuerdo la llegada de la Selección argentina de hockey cuando en 1976 se consagraba subcampeona del mundo. !qué recibimiento¡ cuánta familia en la calle para dar la bienvenida; ni una pintada, nada que empañara la fiesta. También en 1978, con la consagración del fútbol, campeones del mundo -aunque muchos digan otra cosa- y la gente volcada las calles con sus niños y esposas en alegría sana, de un pueblo futbolero, que en 1986 volvió a repetir la fiesta. Y hasta monseñor Di Stéfano estaba allí acompañando al pueblo.
Desde hace algunos pocos años todo ha cambiado; un día después de muchos años me decidí a ir a un estadio por capricho de mi nieta. Mi indignación fue grande porque en la puerta los policías me pusieron contra la pared para registrarme, igual acontecía con mi nieta. Después, escuchar los cánticos ofensivos, plenos de barbarie y amenazas y terminé saliendo con un sabor muy amargo.
La fiesta futbolera se transformó en desmanes de un lado y de otro; destrozar cuanto esté al paso de las barras bravas; robar, agredir, hacer todo cuando sea posible para intimidar a jugadores, dirigentes; convivencia con delincuentes y lograr réditos monetarios por todo ello.
Sin duda hay una gran parte de la sociedad enferma; cortan calles, avenidas o rutas para perjudicar al resto de la población. Un tipo de protesta que en vez de despertar simpatías, crea inmediatamente el repudio, como la producida hace unos días en la Capital Federal frente a la casa de Tucumán, mientras en otro lado otros festejaban el "Día del hincha” haciendo justamente lo que no hay que hacer: amenazando, pintadas ofensivas, bravuconearías y destruyendo el patrimonio de los demás. Y aquí no era menos, los diarios lo han reflejado y la congoja del padre Cámpora viendo las pintadas en las paredes de la Catedral. La casa de Dios, donde se debe ir a orar con alegría y amor, para rogar al Padre Eterno por la familia y no hacer de ella un lugar de protesta para reclamar a los gobiernos de turno el remedio para la grave enfermedad del "que me den…”.
Sin duda hay otros muchos problemas en la sociedad, en un pueblo dividido por las antinomias políticas, por los colores del club, y por muchas otras cosas del día a día.
Por eso reconforta, cuando en la
(*) Periodista.
