La dimensión social de la persona nos lleva a abrirnos al complicado pero enriquecedor mundo de las relaciones humanas. Sabemos que para el hombre vivir es convivir. La absoluta cortedad de sus fuerzas le inclina naturalmente a apoyarse en otros. 

Ahora bien, la vida que de suyo ya es un don, nos ofrece en ciertas ocasiones, la oportunidad de generar vínculos con personas totalmente distintas, al punto de ser mayores las discrepancias que las coincidencias. Desde la libertad interior, que es don y tarea, uno puede optar por: – impedir el encuentro y dejarla pasar; – hacer del encuentro una guerra permanente tratando de imponer nuestros propios criterios, o – celebrar el encuentro como una oportunidad de crecimiento interior en la apertura al otro. Sin lugar a dudas esta última constituye una de las mejores formas de rendir tributo u honrar la vida.

Una oportunidad para crecer

Seguramente, hemos de coincidir que las personas nos sentimos más a gusto si aprendemos a llevarnos bien con los demás. Ello supone la difícil empresa de convertir nuestras diferencias en una oportunidad de crecer juntos, evitando hacer de ellas un campo para el conflicto permanente. Sin embargo, no siempre lo logramos. Es verdad que no siempre la batalla supone derramamiento de sangre, pues existen luchas de otro tipo, menos cruenta, pero no menos encarnizada. La calumnia proveniente de una lengua envidiosa suele ser mortal para la reputación de un ocasional contrincante. Sin tanta gravitación, pero igual de dolorosa, pueden revestir ciertas disputas verbales de quienes desde el orgullo o un temperamento colérico se muestran inflexibles frente a las discrepancias con el otro. Lejos de crecer, nos vamos encerrando como círculos dentro de un espiral.

El camino de la prudencia

Otra dimensión no menos importante en esta tarea de llevarnos bien con los otros, es el ejercicio de la prudencia. Ya decía Séneca que: "el oro se prueba por el fuego, el valor de los hombres por la adversidad". Indudablemente, todos experimentamos en nuestra vida, situaciones conflictivas con otros que nos ponen a prueba. Será precisamente, la virtud de la prudencia la que nos indicará el modo más justo y fraterno de solucionar los conflictos. La Prudencia como virtud moral es la cualidad de actuar de forma justa, adecuada y con moderación. Y tal como decía Aristóteles, la prudencia no la encontraremos en los libros sino en los hombres y mujeres prudentes. Sólo quien la vive conoce su valor.

Aclaremos un punto: el concepto de llevarse bien no significa pensar igual, sino respetar que el otro pueda pensar distinto de mí. Para llevarnos bien no necesitamos tener las mismas ideas, lo que se necesita es que tengamos el mismo respeto. Aprendiendo a llevarnos bien con nosotros mismos.

Claro que antes de intentar llevarnos bien con los demás, deberíamos procurar llevarnos bien con nosotros mismos. Solo con mirar nuestras situaciones conflictivas, podremos ver que, en la mayoría de los casos, son manifestaciones de nuestros conflictos internos no resueltos. Uno de ellos es el no aceptarnos como somos. Las personas que hacen de las relaciones con el prójimo un permanente campo de batalla, han fracasado en la conquista de sí mismos. Sin olvidar que detrás de los conflictos y enfados frecuentes, suele estar agazapada la soberbia.