Encontró en San Juan la semana pasada lo que tanto estaba buscando la minería: el apoyo presidencial.
Que fue explícito, sin dobleces, y en un momento en que la actividad se debate por pasar a jugar en la primera división de las actividades productivas nacionales, o quedarse desplegando un reparto secundón que sólo salta a los titulares por algún estado de sospecha al que le abre generosamente la puerta, como el caso de los glaciares o las objeciones ambientales.
Dijo Cristina Fernández, escuchando la partitura del oficialismo local, que San Juan dispone de un 80% de su territorio bajo montañas y es lógico, entonces, que se dedique más a la minería que a la soja. Y que es absolutamente compatible el desarrollo industrial con los cuidados al medio ambiente.
Vienen los Kirchner de un provincia de extracción metalífera: hace poco se instaló Cerro Vanguardia para extraer oro cerca de Puerto San Julián. Pero nunca se le había escuchado al matrimonio un respaldo genérico como el de la semana pasada. Ni hace pocos años, cuando una palabra suya equivalía a un mandamiento, ni ahora -luego del daño autoinfligido- en que todo lo que dicen queda sujeto a duda. Lo habían hecho funcionarios de su confianza que no dicen cosas delicadas sin asegurarse de estar sintonizando la frecuencia K, como el ministro De Vido o el secretario Mayoral. Pero nunca ellos.
Quedó entonces el futuro de la actividad minera menos vinculada a las incertidumbres políticas que a sus propias marejadas internas. Entre ellas, sin dudas que la más importante es la de no haber encontrado el punto exacto para su comunicación a la sociedad.
Que no es poco, porque a la formación de la opinión pública le interesa más parecer, que ser. Se ocupa más de las formas, que del fondo. Y requiere de recetas fáciles de digerir, ágiles y contundentes. Administra discursos e imágenes y opera fuerte en el plano de la información útil, gran puntal de la comunicación.
Si el veneno más mortal de estos emprendimientos a largo plazo son las inestabilidades políticas que cambian reglas a cada paso, puede que las declaraciones como las de la semana pasada ayuden. Que no fue naif, ni ocasional: ocurrió luego de un encuentro entre la propia CFK y el propietario de Barrick en el que la compañía comunicó al más alto nivel su decisión de iniciar Pascua-Lama, confirmada el jueves.
Y que el curioso olvido presidencial entre los anuncios en San Juan no evitó que pasara desapercibido. De hecho, entre tanta melancolía por el Centro Cívico, fue lo de la minería la parte más provechosa de la visita.
Es Pascua-Lama el emprendimiento minero más importante de la región y tendrá destino en el discurso nacional, necesitado de mostrar gente que invierta en el país ante las insinuaciones en contrario. Con su lógico costo político, que el gobernador Gioja ya viene transitando con bastante pericia: la minería fue plebiscitada varias veces entre la gente de San Juan, cuando lo propuso el candidato opositor Roberto Basualdo o cada vez que un gobierno tan identificado con la actividad va a las urnas. A esas objeciones de tipo ambiental, los Kirchner deberán sumar al debate planteos de tipo impositivo o de las retenciones a la exportación.
Pero los beneficios de acarrear con el debate también son generosos. Pascua-Lama permitirá un importante ingreso de divisas a liquidar en parte entre proveedores locales, del orden de los U$S 3.000 millones. Nada despreciable a nivel nacional, y una literal mina de oro para pelearle al ciclo negativo de la economía, si es que viene como dicen.
A palabras de Ricardo Martínez, de la Cámara Minera, habrá que calcular el aterrizaje en San Juan de U$S 1.000 millones. Y luego vendrá la madre de todas las batallas: entre sanjuaninos y empresas de afuera por los contratos, para lo que se anticipa una fuerte pulseada con presencia incluso del Gobierno, naturalmente inclinado hacia los primeros.
El jueves fue el anuncio que todos esperaban. Y es aquí y ahora donde la necesidad de sacarle punta al lápiz de la comunicación resulta fundacional. Tanto a la corporativa de cada compañía como a la sectorial, que muchas veces son la misma. Y que moviliza a la siguiente pregunta: ¿cómo es posible que un negocio por miles de millones de dólares no haya sido aún capaz de canalizar correctamente una acción en comunicación, de la que depende estrictamente la actividad?.
Es justamente Pascua-Lama un gran ejemplo. Porque la mina conjuga las sensaciones de dos países sin equivalencias en materia minera: Chile, con siglos de dedicación a una actividad que provee la moneda más grande a la alcancía de su PBI, y una Argentina aún en pañales. Es un buen ejemplo el chileno justamente porque copia las generosidades de estas geografías e impone un modelo posible, el minero. De hecho, San Juan le sigue el rastro y la minería acaba de incorporarse como una de las actividades económicas más importante, con el 13% del PBG.
No irán a espantarse los chilenos por un dique de colas, si hay decenas allí. Ni por la remediación de una mina: están acostumbrados a exigirlo y por lo tanto a nadie se le ocurre pensar en un discurso negacionista para una actividad industrial que, como todas, contamina y hace falta entonces controlar con eficiencia para seguir viviendo de ella.
Allí la principal objeción fue por el movimiento de un glaciar que afecta al riego del valle aguas abajo. De este lado, en cambio, la cosa tiene que ver con el debate de una ley fallida por los glaciares, el consumo de esa agua, los hipotéticos daños a plantaciones de uva producto de esos ríos o el uso de cianuro en el proceso. Y, al final pero bien presente, la presencia de multinacionales apropiándose de los recursos, como lo planteó el foro que funcionó en la sede de la UNSJ desde una óptica ideologizada que deberían extender a las multis que siembran de soja la mayor extensión nacional, o hasta a la presencia de la Coca Cola.
Alientan estos planteos las falencias comunicacionales de la actividad, a veces asumida más como un gasto que como una inversión. Y que en estas tierras de falta de tradición minera, no es otra cosa que el reaseguro. Los últimos días fueron testigos de su ausencia, posibles de ser resumidas en fotografías.
– La del CEO de la compañía, Aaron Regent, el día que se decidió el aterrizaje en la región para anunciar a las autoridades que Pascua Lama se hará pese a los temores en contrario. Está claro que deben seguir rigurosos protocolos para comunicar semejante novedad, pero aparecer detrás de los arbustos y llegando en remís a la Casa de Gobierno a una visita protocolar -como se informó-, no fue una imagen que ayude.
– O la foto de los defensores de la actividad confrontando cara a cara con los antimineros en medio de la calle. Cometieron el inoportunismo de mostrarse ante la sociedad tan intolerantes como su contraparte, y de no encontrar el momento indicado para su prédica. Tampoco el lugar: competir por ganar la calle con organizaciones expertas en eso, se parece a una ingenuidad. La información a la sociedad de los beneficios de la minería requieren, ante todo, de seriedad.
Resulta inverosímil que la actividad no disponga de un dispositivo informativo de alerta para advertir sobre la inminente aprobación de una ley de glaciares por unanimidad. ¿Nadie, ni siquiera los 9 legisladores por San Juan, se dio cuenta antes?. El veto posterior sonó demasiado a golpe corporativo, y pudo ser evitado.
Por eso, ahora que Pascua Lama es tema nacional, es ahora o nunca. El camino señala, primero, evitar el chanterío informativo. Después, aprovechar el efecto del impacto para sentarse en los principales estudios y redacciones nacionales para explicarlo. En San Juan, de informar con precisión y sin grandilocuencia. Y hablar de los temas más urticantes sin tapujos. De lo contrario, dará la impresión de que hay cosas por ocultar.