"¡Cuándo éramos novios, nos comunicábamos más! Todo entre nosotros era comunicación: nos hablamos con la mirada, con mil frases bonitas, a través de cartitas, o nos llamábamos por teléfono…¡nos decíamos "’te amo” tantas veces…! Pero nos casamos, ¿y qué pasó? Se rompió la comunicación!”

Esta historia puede ser la nuestra si permitimos que los problemas laborales, el estrés, la agresividad, la incomprensión, la rutina de todos los días en la casa y con los hijos, rompan esa "’sintonía” fundamental con el cónyuge. De ahí se desencadenan una serie de situaciones tristes, conflictivas y tan dolorosas que pueden llegar hasta la fractura o el rompimiento total de la relación: ese matrimonio ha permitido que la comunicación se interrumpa entre ellos.

La relación matrimonial se sostiene en dos pilares fundamentales: el amor y el diálogo (verbal y no verbal). Si faltan estos elementos, ningún matrimonio puede sobrevivir. ¡Cuántas crisis matrimoniales se originan por una defectuosa comunicación! Muchos problemas conyugales y familiares se deben a la falta de comunicación. Los esposos no dialogan entre sí o existe una comunicación deficiente. Los papás tampoco conversan con sus hijos. Y como consecuencia, acaban por alejarse unos de otros y no saber qué le pasa a cada cual.

En el matrimonio se dan las formas más ricas y variadas de comunicación. En primer lugar, debe existir una comunicación personal que consiste en el intercambio de pensamientos, sentimientos, necesidades, gustos, etc. Se trata de que a través del diálogo, cada uno vaya manifestando lo suyo, porque comunicar es poner algo en común, y en el matrimonio ese "’algo” es justamente la propia intimidad de cada cónyuge. El diálogo personal es conversar con el otro sobre mi intimidad: lo que yo pienso, lo que yo siento, lo que a mí me parece, lo que a mí me gustaría. Es diálogo personal cuando lo que yo digo es mío, porque me pasa a mí. Evidentemente esta comunicación conyugal supone una apertura, un abrirse al otro para hacerle partícipe de la intimidad personal sexuada. No busca brindar información, sino captar el corazón del cónyuge. Para ello habrá que saber escuchar prestando atención y mostrando verdadero interés en recibir, dejando de lado todo aquello que perturbe e interfiera la comunicación. Es necesario darse el tiempo y el lugar adecuado para escuchar y transmitir el mensaje correctamente y con empatía, es decir, tratando de ver las cosas desde el punto de vista del otro. A través de este dialogo cada uno va manifestando su Yo, lo que permite entendimiento, comprensión y crecimiento progresivo.

En segundo lugar, debe haber un diálogo afectivo que tiene una importancia enorme. No sólo hay que amar, valorar y admirar al cónyuge, también hay que comunicárselo, hay que decírselo, repetirlo y demostrarlo: el tomarse de la mano, el mirarse y darse un beso, la ternura, el saber transmitir y recibir mensajes a través de la caricia. Hay tantas formas de cultivar este diálogo afectivo: felicitar al cónyuge por sus esfuerzos y éxitos, interesarme por sus dolencias, alegrarme por su sonrisa, mirarle a los ojos cuando habla, acariciarla, decirle que nos gusta la ropa que se puso, darse cuenta de su nuevo peinado, satisfacer sus gustos, decirle muchas veces: "Te quiero, te amo, te necesito…”, etc. Con estos gestos le expresamos: "Soy feliz porque existes, yo quiero hacerte feliz, quiero enriquecerte”.

También existe un diálogo exclusivo de los esposos: el diálogo sexual. El acto sexual conyugal es un encuentro personal donde lo instintivo, lo biológico, lo psicoafectivo, lo espiritual y lo sobrenatural se integran en un acto de amor. La unión corporal es la comunión de dos esposos que al entregarse uno al otro reactualizan la aceptación mutua del día de la boda y expresan y aumentan su amor mutuo.

(*) Docente. Bioquímico.