El corazoncito a mil. Esa noche debutábamos. Una incógnita sobre lo que nos encontraríamos. Sabíamos que el elenco para esos dos meses eran nueve artistas de primer nivel, entre los cuales nos habían incluido.
La emoción fue intransferible cuando el coordinador del programa nos informó cuál era nuestro escenario, porque cada intérprete tenía uno. Allí, en ‘La Pulpería de Mandinga’, programa de Canal 9 de Buenos Aires, que tenía un impresionante rating de más de 40 puntos, cuyo director era Alejandro Romay y su conductor Julio Maharbiz, conocimos a lo más notable del folklore nacional, y entre ellos, estos chicos venidos de San Juan, deberían mostrar lo suyo. Épocas del extraordinario resurgimiento de la música nativa. Momento de oro, jamás superado. ‘Faltan cinco minutos para que entren’, dijo el coordinador, ubicándonos en nuestro coqueto escenario. Oscar Valle, líder de los Quilla Huasi, que nos había recomendado cuando ellos acababan de grabar nuestra zamba ‘Recordemos’ y se aprestaban a grabar ‘Sola’, otra obra nuestra, se paró frente a nosotros mientras cantábamos. El rostro bañado por la satisfacción de ver a sus ‘pollos’ en ese sitio preferencial. Los aplausos inundaron el enorme set televisivo. Éramos inmensamente felices. Hugo, con su mirada pícara como emocionada, me observó de soslayo y con algún pudor. Entendí todo. En un instante el mundo nos era cómplice de un sueño y la brillante noche de Buenos Aires como que se había tirado mansa al pie de nuestra ilusión juvenil. A la semana siguiente salía nuestra foto en la revista ‘Antena’, todo un referente de la vida artística del momento. En la calle la gente nos reconocía. Escuchamos un comentario de unas señoras que, al identificarnos, hicieron un comentario muy positivo, pero observaron que nuestra ropa no era la apropiada. Ese orgullo humilde que nuestra madre había adecuado con sus manos para la ocasión, siguió siendo durante varios años nuestro honor. Como los programas iban grabados, pudimos verlos en el hotel. Toda una experiencia que llenaba el alma de quimeras, sensación de primera felicidad, que seguramente nos ayudó en nuestro paso por la vida para seguir luchando por estos amores, porque entendíamos que podíamos, que habíamos sido acariciados por la fortuna y aquella utopía que desde el comienzo soñamos, de defender la música de nuestra región contra un apabullante despliegue de la música del norte y el litoral, era nuestra insignia y fue durante toda la vida nuestra carta de presentación y nuestro orgullo.