Durante la recordación de Semana Santa debíamos comportarnos como si estuviéramos de luto.
El domingo de ramos, era mi jornada favorita porque era alegre al evocar la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, alabado como rey con cantos y palmas.
El lunes santo, los pies de Jesús eran ungidos con el perfume de una mujer impregnando la habitación con olor a nardos y recordábamos cuando el Maestro echó a los mercaderes del templo. En esos días ya no podíamos reírnos fuerte, ni jugar, y el espejo del comedor se cubría con un trapo negro, toda la semana.
El martes santo, que es cuando Jesús anticipa a sus discípulos la traición de Judas y las negaciones de Pedro, en casa se daban prisa a limpiar todo y lavar la ropa esperando el resto de la semana. La radio se escuchaba despacito. A esta altura no se podía vestir de rojo, tomar alcohol o asistir a cumpleaños.
El miércoles santo, fecha en la Judas Iscariote acuerda entregar a Jesús por 30 denarios de plata, en la mesa familiar se servían garbanzos con bacalao y el sermón de no ser como Judas, para no terminar como él, que no pudo con su culpa.
El jueves santo, amanecía con las tres radios de la provincia: Colón, Sarmiento y Nacional, todas AM en esa época, pasando música sacra, la mas triste música sacra. Todos la oían, en almacenes, colectivos y hasta en los taxis. Comer carne estaba totalmente prohibido, ni siquiera fiambre. Había que hablar lo menos posible y estar en la casa. Esa jornada recordaba a Jesús aprehendido en el huerto de los olivos luego de la Última Cena con sus apóstoles. Ni a los perros se les daba carne, tampoco se podía lavar, coser, barrer, planchar, ya que eso era considerado como comer a Cristo, pinchar su cuerpo con las agujas, escobillar el rostro de Jesús, quemarlo con la plancha. No había que hacer nada, ninguna actividad ya que todo lastimaba al cuerpo de Jesús.
El viernes santo, continuaba igual. Sin salir después de las tres de la tarde porque al morir el Hijo de Dios a esa hora, satanás andaba libre. No debían clavarse clavos en esa jornada, porque Jesús los sentía en su cuerpo, no se podía discutir.
El sábado santo, se empezaba a comer cosas dulces, y a estar felices porque Jesús volvía a la vida y se terminaba el ayuno.
Siempre asocié el Domingo de Resurrección con el olor a asado, ya que ese día volvíamos a comer carne y festejábamos que Jesús venció a la muerte.
Costumbres que se han olvidado, que se han ido con nuestros mayores. Ahora viven en mi memoria y mi corazón, respetando la mayoría de ellas y practicando las nuevas.
Por Miriam Fonseca
Escritora