La educación de los hijos es un tema muy difícil de tratar ya que se contradicen diferentes formas psicológicas en cuanto la forma de hacerlo. Trataremos, a través de estas líneas y en pocas palabras resumir y aplicar lo más conveniente:

Lo básico (y creo que en esto todos estamos de acuerdo) es el amor. Los padres deben hacerle sentir a su hijo, que por sobre toda las cosas, lo aman. Además enseñarles que Dios también los ama. La bondad, la mansedumbre, la tolerancia, la longanimidad, la paciencia, la simpatía, una voluntad dispuesta que entrar y compartir cualquier problema que tengan, la presteza para participar en todos sus goces infantiles… y algunas actitudes más, vienen a ser la tarjeta de presentación para conducir a un niño en su temprana edad.

La dureza y severidad lo llevan a endurecer su carácter y lo que buscamos es formar una criatura que irradie amor y respeto al prójimo. Con esto no digo que se consienta todo lo que el quiere. Hoy vemos niños y adolescentes con un carácter y una forma de vivir independiente de sus padres. Consentir en todo podemos estar creando una persona caprichosa y corrompida.

Los padres no podemos entrar en un infante para formar su cuerpo. No sabemos si va a ser fuerte o débil, alto o bajo, sabio o necio, pero sí podemos saber (de acuerdo a la disciplina que usemos con él) cómo será cuando sea adulto.

La sabiduría de los padres debe aplicarse desde que nacen.

Dejarlos en la dirección de su propia voluntad, es un mal que le estamos haciendo. Él no sabe lo que es bueno, no sabe discernir entre el bien y el mal. Nos toca a nosotros hacerlo con firmeza ya que es muy tierno y fácil de seducir por su propia mente. El niño es un recipiente de cuello estrecho.

Tenemos que ir echando la buena enseñanza con mucho amor y paciencia. Si no lo hacemos con sabiduría, mucho de ello se tirará y se perderá. La sabiduría y la paciencia deben ejercitarse con constancia. Nadie puede suplantarla. Hoy, con mucho dolor lo decimos, nos encontramos con matrimonios separados que por sus problemas conyugales, se ausentan de la debida crianza de sus hijos. Dios bendiga esta generación que comienza a formarse en este siglo XXI y los padres jóvenes tomen esta responsabilidad con mucho amor y dedicación.