Conocemos que la enfermedad vinculada a la drogadependencia existe, y con altos riesgos de su agravamiento a niveles de epidemia. Sin embargo, para todos aquellos posicionados y acovachados en los feroces individualismos, la realidad que los embarga poco les importará cuando con total desparpajo e indiferencia augustamente sentencien: "en mi familia la droga no ocurre”; "ese es un problema de otros” sin alertarse que el peligro como problema abstracto convive en todo lugar en donde la actividad diaria de ellos y su familia se desenvuelve. En tal hipótesis todo queda resuelto en la fantasía de que el azar o la diosa fortuna sean las herramientas que les impidan encontrarse con el problema.

Cuando en lo familiar ocurre esta situación, vinculada a la drogadependencia, aparecen de inmediato las tardías lamentaciones; las culpas endilgadas; los cuadros vergonzantes y porqué no la consabida pregunta de los mártires inocentes: "¿por qué a nosotros?”

Hoy es el tiempo exacto para reconocer que el nosotros somos todos no solamente ellos. De nada sirve actuar con cobardía posdatada expuesta cuando el hecho valiente debía suponer estar presente en el aquí y en el ahora para prevenir que cualquier hecho de este tipo no ocurra o que, habiendo ocurrido, de ello no suceda su agravamiento.

Si nos autolimitamos aceptando que esto ocurre y que nada podemos hacer estaremos presenciando el lacerante advenimiento de la total perdida de libertad.

Es mucho lo que hay por hacer para experimentar seguros un desarrollo normal de nuestros hijos (el lado flaco de la ecuación con mayor exposición). Hoy no se siente ni advierte un sentimiento de seguridad social y ésta sólo puede permitir su presencia cuando el cuerpo social disciplinado, con vocación de vida, disponga de las herramientas y recursos que brinden amor, estabilidad, solidaridad y comunicación.

La autoridad socio familiar no se consigue en la ruleta del azar ni puede provenir de otro que la discierna. Ella estará en la medida que se lo decida y tan pronto ello ocurra habrá un ámbito en donde todos nos podamos ayudar y contener.

Sin embargo hoy, también como dato de nuestra triste realidad, la hipocresía social se maneja a través de tramos que conducen a confabulaciones grupales referenciando hechos ocurridos al otro y allí queda entrampada.

Esto tampoco sirve. No es la comunicación a nivel de mates y sopaipillas la que interesa. Al no existir puntos de conexión serios, colaborativos, contenedores nos pasamos a enrolar en la colección de figuritas dispersas, mientras nuestros jóvenes comienzan a desandar una niñez sin infancia.

Los vicios de la gran era están apostando fuertemente al rol social discapacitante cooptando voluntades al servicio de los nuevos depredadores sociales.

De lo único que puedo ahora estar seguro es que, a su forma, hemos obtenidos y alcanzado el más elevado desarrollo de la "igualdad de oportunidades” que nos se consagrara en nuestra mas alta ley de organización política-social (Tratados Internacionales-Constitución Nacional-Constitución Provincial).

No hay excusas ni atenuantes para promover un cambio sustantivo si es que tal conducta quiere ser adoptada para alejarnos de aquellos antiguos roles de complicidad que hasta la fecha hemos venido practicando.