Las expectativas en torno a la Cumbre de Lima, preparatoria del Acuerdo de París, anunciada para dentro de un año para concretar acciones y aportes financieros de unos 200 países a fin de combatir el calentamiento global, finalizó el sábado último en la capital peruana con más promesas de los participantes.

Según el texto aprobado por los participantes, entre ellos Argentina, el documento obliga todos los países a presentar en las Naciones Unidas, antes del 1 de octubre de 2015, compromisos "cuantificables" de reducción de gases de efecto invernadero de una manera clara, transparente y entendible. Tales compromisos deben ser ambiciosos y justos de acuerdo a la situación nacional, e ir acompañados de información detallada de las acciones a desarrollar para cumplir con la disminución de las emisiones.

Además invitan a las naciones a que precisen cómo van a contribuir a financiar la mitigación de las sequías, subida del nivel del mar, o pérdida de cosechas ocasionadas por el cambio climático; una fórmula lingüística elegante para tranquilizar a los países en desarrollo que se negaban a firmar nada que no hiciera referencia a los cambios que prevé esta emergencia mundial. Tras esas presentaciones, la ONU analizará el impacto global de las contribuciones nacionales y determinará si son suficientes para que la temperatura del planeta no suba más de dos grados a finales de siglo, respecto a niveles preindustriales.

La simple lectura de un texto que se logró luego de intensos debates y posiciones cerradas entre las países desarrollados, las principales contaminantes y los emergentes que sufren los embates y no pueden hacer nada para revertirlos, señala las numerosas inconsistencias del acuerdo y todas las brechas que quedan abiertas.

Es más, organizaciones ambientalistas, como Amigos de la Tierra Internacional, salieron al cruce de la Cumbre limeña señalando que estas negociaciones de la ONU sobre el clima terminaron con un texto impulsado por los intereses de las empresas y los países desarrollados, y ofrecen muy poco a los problemas de la gente o del propio planeta, afectados por la contaminación que produce el efecto invernadero. Se observa que el cónclave no tuvo un resultado justo y ambicioso, porque la declaración traduce la ausencia de liderazgo, justicia y solidaridad con los pueblos más golpeados por la crisis climática.

Esto coincide con el llamado del papa Francisco al recordarle a la Cumbre que el tiempo del planeta se acaba y si no se actúa de inmediato, no habrá marcha atrás.