El mundo no ha dado la respuesta política reclamada por Benedicto XVI, en su tercera encíclica "Caritas in veritate" (Caridad en la verdad), conocida a princios de este mes.

Si bien el documento papal, de acentuado carácter social, refleja el profundo estudio que ha hecho de la crisis que vive la humanidad, tuvo honda repercusión internacional, el particular frente a las mezquindades económicas y políticas que la acosan, un punto crucial no parece haber alcanzado su real dimensión.

Es el que se refiere a reformar con urgencia la estructura funcional de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), para que el organismo se atenga de manera coherente a los principios de subsidiariedad y de solidaridad para lo cual reclama una nueva arquitectura económica y financiera global.

Es que el papa viene señalando, desde antes de asumir, este contexto cortoplacista, es decir donde está ausente la perspectiva de la vida eterna que el progreso humano viene negado, deshumanizado, por lo que advierte que las causas del subdesarrollo no son solo de orden material. Dice que "la sociedad cada vez más globalizada nos acerca, pero no nos hermana y hay que movilizarse para que la economía evolucione hacia salidas plenamente humanas".

A la ONU le critica soslayar al capitalismo exacerbado, que llevó al colapso actual y también por no alcanzar metas como el desarme integral, la seguridad alimentaria y la paz que exigen los pueblos más desprotegidos y, fundamentalmente, que el organismo garantice la preservación del medio ambiente y regule los flujos migratorios.