Por la ventana brumosa de tempranos fríos has asomado un brazo generoso, una mirada tibia, querido amigo. San Juan ya no era, sin tu presencia infalible, esta provincia de glebas y benteveos; no se encontraba sin tu abrazo de tiernas brasitas y bostezos humeantes. Por fin nos alcanzaste el cielo enredado en una fogata, como augurando que dentro de pocos días estos estallidos de oro y trigo han de poner volcanes de amor en las noches de los barrios sanjuaninos, para que los niños festejen la vida en rondas, para que los abuelos no se olviden de pasados fragantes y tradiciones fértiles.

Bienvenido, viejo soñador, a las ventanas de hogares humildes, a los caseríos de perritos temblorosos, a las cocinas donde el humo de fogones campesinos festeja el locro y la esperanza. Bienvenido, romántico caballero de serenatas de fuego y madrugadas montadas en las crines de tu cabalgata. Traes, por fin, la buena nueva de los rostros dorados y las semillas con ilusión. Los últimos rosales no se animaban a despedirse de un otoño tan triste, porque acá, en esta tierra, la estación dorada ha establecido el romance y el abrazo para siempre. El otoño es hoy tan nuestro como el hijo y la novia. Por eso, celebra San Juan el retorno de su mano tibia, esa especie de mirada de madre que inaugura caminos y emociones con su bondad, esa compañía de potreros amarillos y carolinos de bronce.

Entra, amigo de fuego y lealtades, pon tu cabella encendida en mi almohada y mi compañera, en mis hijos y nietos; entra de súbito y con autoridad a mis pasillos y mis acequias; incendia el suspiro de la mañana; destruye los temblores de la pobreza, aunque sea por unas horas; un ponchito bien puede darnos esas fuerzas y esperanzas que necesitamos e impulsamos más que nunca.

El hombre, destruido más por el desaliento que por el frío, desploma sus pocos sueños en alguna placita pueblerina. Se retuerce de heladas, bajo sus harapos, hasta que llega la buena nueva del sol; lo impregna hasta la simiente, le va quitando temblores de a poco, lo arropa, lo revive, lo reencuentra con la alegría de estar vivo a pesar de los infortunios, le pone una mano de fulgor encima, lo reconcilia algún instante con el viento.

Bienvenido, amigo sol. Vaya a saber de qué batalla extraña regresas. Te ponemos el pecho para tu abrazo encendido. Los gorriones recuperan los sauces y los arrabales, las muchachitas y los romances. San Juan recomienza su reconstrucción de fulgores y brillos. Por favor, no te vayas por tanto tiempo por ahí, a festejar la vida.