Su estampa era maravillosa. De un color rojo que parecía púrpura, con los mangos blancos y el canastito en el portabultos y debajo de él estaba el inflador que se fijaba a dos ganchos. Sus pedales eran de buen material de goma y con ‘ojos de gato’ refractarios para poder circular de noche. Se trataba de una de las ‘perlas’ para los niños de los primeros años de la década de 1970. La famosa bicicleta ‘Cinzia’.
Era una tarde noche de invierno. Era la previa del Día del Niño. El padre de ese chico estaba más ansioso que él. Quería sacarse la duda de si a su hijo le iba a gustar ese regalo que cualquier niño quería como primer regalo o plan ‘A’, porque el otro regalo preciado era una pelota de cuero número 5, llamado también en esa época ‘fobal’.
Corría el año 1972. El padre del niño ya había comprado la bici y la llevó hasta la casa de sus padres, es decir de los abuelos paternos del chico en la zona de Desamparados, Capital. Horas más tarde, una visita familiar, premeditada, llevó a su primogénito de 7 años a la casa de sus abuelos. Ya desde chico sabía que no iba a poder cambiar sus gustos y amores, porque como cualquier padre, anhelaba que su hijo fuera hincha de Colón Junior, pero el pibe le salió fanático de Sportivo Desamparados. Entonces, teniendo en cuenta sus gustos sólo le había preguntado cuál era su color favorito, al que el niño le respondió ‘el rojo’ como el de la camiseta de Independiente, equipo del cual era simpatizante su madre.
Fue así que llegó el momento de despedirse de sus abuelos. El padre tenía una bicicleta de las que se llamaban ‘de paseo’. El niño pensó que como siempre, iba a tener que viajar en el ‘cuadro’ de la bicicleta de su papá. Pero, era hora de la sorpresa: su papá lo llamó para entrar a la cocina de la abuela. Allí estaba ella. Sí, la bicicleta que tenía una calco en la parte más gruesa del caño que hacía de cuadro y que decía ‘Cinzia’.
El niño no lo podía creer. Lo primero que preguntó fue ‘¿¡De quién es!?’
‘Es tuya. Un regalo de tus padres por el Día del Niño’, le respondió el padre emocionado. Es que el esfuerzo por comprar esa bicicleta fue mucho haciendo malabares llegaba a fin de mes, como suele suceder por estos días.
El niño era un fanático de los pedales. De pequeño anduvo en triciclo y a medida que fue creciendo se las ingeniaba para andar en las bicicletas de sus mayores, como su tío y su padre.
Pero ya era hora de marcharse a casa. A mostrarle el regalo a su mamá y su hermanito más pequeño. El papá le subió el asiento a la altura apropiada para sus piernas. Ni bien se subió, sintió la gratísima sensación de estar en un vehículo nuevo, sin ningún ruido. En ese tiempo, recién se estaba construyendo la avenida de Circunvalación. Había que pasar por debajo del puente en la calle Scalabrini Ortíz, que estaba poceada por el agua que caía de los camiones regadores que trabajaban en la megaobra.
El andar en la bici nueva era una maravilla. No habían pozos que se resistiera al paso de la Cinzia. Menos aún al resto de las calles enripiadas de la calle Sargento Cabral.
El niño sentía que su corazón se le salía. Fue la primera vez que sintió una emoción tan grande que le daban ganas de llorar. Como buenos ciclistas, seguía a su padre en ‘fila india’. Al llegar a casa era toda emoción. Abrazos, risas, la cena y a dormir, esperando que amaneciera para subirse y disfrutar de un sueño hecho realidad. El sueño de la bici Cinzia propia.
