Desde hace algunos años, se le llama bailar ‘lentos”, que no es otra cosa que bailar juntitos música suave, íntima, generalmente baladas y boleros. En nuestra época, era el modo habitual de bailar. Hacerlo separados, casi la excepción. Nuestros padres y buena parte de nuestra generación lo hicieron -particularmente- a través del tango, música íntima por excelencia. Hoy es muy bello ver que muchos jóvenes, en todas partes del mundo, se adentran en los caminos de esta fundamental expresión ciudadana. Buenos Aires tiene más de cuatrocientas milongas, término con el cual hoy se designa los sitios donde se reúne la gente a bailar y charlar sobre tangos y en forma secundaria milongas y valses ciudadanos. Todo el país las tiene y nuestra provincia no es ajena a ese grato fenómeno actual.
Recuerdo que en mi cumple de quince, fiesta que entonces era muy humilde y festejada para ambos sexos, bailé un tango con mi prima al amparo de un antiguo tocadiscos de mi tío Pento, que tenía una bella lucecita roja en su frente, y que acomodamos en una mesita en el centro del patio de aquella casa con malvón y luna, como en los versos del tango. El tiempo, ese río incansable, fue colocando al vals como la danza obligada de los cumpleaños de quince, que ahora sólo son para las chicas. También se encargó de poner en el rincón de lo no habitual las danzas amarraditas de los lentos. Pero nada nos podrá borrar aquella emoción de atravesar la pista iluminada por hileras de focos amarillentos que la cruzaban a modo de cielo improvisado, para tender respetuosamente la mano a la muchacha que con la cabeza nos dijo que sí, y tenerla en brazos de la música y en los nuestros; temblar de pura vida cuando la acercábamos al corazón y ella accedía al encuentro en el medio de una pista que -repleta- nos resguardaba el pudor.
Bailar juntitos es bailar. Cruzar -dos pechos palpitantes- un lago de acordes y arpegios resucitados desde la consola; emprender arroyos de pequeños sueños acariciados; esperanza de que esas dos manos que no se desprenden cuando la canción se apaga, sean el augurio de un romance cercano o una eventual vida en común. Cuando se podía, apegarnos con timidez a la cabeza de ella buscando el encuentro más sublime; entonces morir de amor. A veces, sentir que ella se retira porque nuestra extrema cercanía la perturba o le ruboriza el almita casi adolescente, porque nunca tuvo tan cerca los latidos ni el fuego de un muchacho. El baile abrazados es eso: un encuentro que, aunque circunstancial, nos coloca de cuerpo y alma junto a alguien que jamás siquiera hemos tocado. Bailar juntitos es bailar.
