Muchas campañas solidarias se hacen para vapulear distintas situaciones que se viven a diario en la negación de un mejor porvenir para algunos. Aunque, paradójicamente esos algunos, seres humanos con nombres y apellidos, sean cada vez más. Las gentes marginadas de los cascos urbanos, el impenetrable chaqueño, gente necesitada de una vivienda propia, salud, trabajo digno, una vida lejos de las especulaciones financieras, de lo costoso de la vida, terrenos para expandirse como comunidades originarias, hospitales que funcionen en condiciones, educación con respeto, lo atestiguan cada vez más. La especulación alienta que de todo se haga un negocio y de que todos se desentiendan de todos, sobre todo, beneficiándose del otro. Celebro a la gente desinteresada que le pone el pulmón para brindar esa ayuda a los que lo necesitan. Lo aplaudo en un mundo de la búsqueda del exitismo ¿Podemos utilizar la palabra progreso en estas tierras en la cual hay mucho por hacer? 

Las campañas solidarias tienen que tener como base el desinterés.

Sin embargo, no todo lo es óptimo, ya que cuando se pierde la confianza en el ser lo que queda es la desconfianza. Y, la desconfianza, deriva en la desesperación. La gente de fe cree que no todo está perdido. Pero aquellos que no tienen fe caen en la resignación. Mucha gente está resignada al ver que las políticas cambian, pero todo está igual. La idea de sacarle a los ricos para darles a los pobres no resultó, pero tampoco parece fluctuar en confianza la idea de que cuando más tengan los ricos, mejor estarán los pobres.

Oportunamente, si edificamos un Estado ausente, lo que queda es el sálvese quien pueda. La resignación alimenta la violencia. Y, la violencia, perpetúa la idea de ajustes de cuentas. Las mafias se perpetúan de los revanchismos. Y, las ideas elitistas se afianzan mejor, luego de las crueles batallas. Algo tan temido, como practicado, a lo largo de nuestra historia Argentina ¿Las crecientes obras de beneficencia no desnudan acaso la gran ausencia de humanidad por preocuparse de la dignidad? El ser es un ser pero con otro. En un mundo por domesticar crecen las obras de beneficencia. Lo que el Estado no hace se delega a otro bajo obra de caridad. A ello lo vemos cuando los ciudadanos se las tienen que arreglar con lo que tienen luego de una catástrofe. 

Es decir, creo que el pensador Nietzsche tenía razón al afirmar "que en el mismo modo que los hombres aprenden a depreciar, también tendrían que aprender a rendir homenaje". Un estado ineficiente desprecia, una obra de beneficencia desinteresada, rinde homenaje. Valga mis felicitaciones para aquellos que confían en el porvenir del Ser que quiere cambiar de fondo.

Oportunamente, se requerirán muchas generaciones para que surja un ser capaz de mostrar agradecimiento; tendrá que correr el tiempo y las obras de beneficencia para que en el agradecimiento surja algún tipo de genialidad. Y, en la genialidad, fruto de la valoración al estudio, la confianza. Un movimiento interno que permita poner al tapete que no todo está perdido.

Si cada uno desde el rol que le toca cumplir piensa en ayudar para que el otro esté mejor, con nuestra actitud estamos aportando confianza. En el universo actual importa tanto la salud del alma "como la igualdad de los hombres".

Por Diego Romero. – Periodista, filósofo y escritor