"Hay productos locales que terminan siendo industrializados en otras zonas y en otras provincias, y salen al mercado de consumo sin estar al corriente que fueron captados en San Juan".
Hay una pulseada entre el mercado de la intermediación y monopolización del sistema económico, frente al universo de la producción de base, que nunca se terminó de saldar en términos necesarios y suficientes a favor de los productores de la economía primaria como es el agro y la ganadería. ¿Por qué? Porque un producto del agro o, de la ganadería al ser generado como bien de consumo en una determinada zona geográfica, sale al mercado de consumo final sin denotar su verdadero origen productivo. Cebollas, tomates y membrillos jachalleros, los porotos iglesianos, el melón mediagüino, la uva del Valle del Tulum, por ejemplo, terminan siendo industrializados en otras zonas y en otras provincias, y salen al mercado de consumo sin estar al corriente que fueron captados en San Juan. De esta manera se realiza una transferencia de valor de la región de origen a causa de que no es visibilizada, con la consiguiente pérdida de prestigio y peso productivo de la verdadera zona generatriz que constituye el producto primario del cual se trate. Propio en dicha mecánica poco transparente y donde las zonas de poder de compra mayor explotan a la zonas de menor poder, tampoco se configura una adecuada trazabilidad del producto hasta el punto final del consumo. No se puede acreditar en tiempo real si conservó las propiedades dentro del rango de preservación óptima desde el punto de vista orgánico.
Quizá no se avanza en corregir este grave problema porque hay ganadores que no les interesa corregir tal agujero negro del mercado, que permite tomar ventajas sobre los jugadores débiles de la cadena. El universo productivo tiene que resignarse a lo inaplazable que es no privarse del ingreso cíclico para su subsistencia y renovar el ciclo agrícola y ganadero. Lo importante es resignado por lo urgente en esta materia de poner en valor la producción local. Pero hay una evolución tecnológica tocando a las puertas de la economía y se llama la internet de las cosas, que no es otra cosa, en lo que aquí interesa destacar, un sistema de aplicación de sensores en los cargamentos de cebollas, tomates, uvas, membrillos, porotos, melones etc., y mediante un link con un código algorítmico mediante, se puede ver en tiempo real, desde cualquier punto de observación de planeta económico, el trazado real del producto.
La tecnología blockchain permite, así, monitorear todo el trazado desde la salida en el punto de producción a la llegada en el punto de venta final o consumo. Hay contados casos en el mundo en que se vende un bistec con un valor adicional a su costo de venta final, por el solo hecho de garantizar al consumidor que está comiendo un bien óptimo, en cuanto está garantizado la manutención del rango dentro de las condiciones naturales y sanitarias a lo largo de todo el tiempo de manipulación y traslado del fruto alimenticio.
Frente a los efectos inevitables de la pandemia sobre nuestro mundo, el avance de la cultura digital con la internet de las cosas basada en la cadena de bloques, ofrece como procedimiento real algo impensable de instrumentar no hace mucho tiempo. Esa internet de las cosas puede dar la solución a estas materias en que no se encontró históricamente una verdadera solución.
Es cuestión que entre gobierno y efectores de las materias primas renovables en consonancia con la sociedad toda, se ingrese a un ciclo de madurez digital en la gestión de la economía con la premisa de defender la trazabilidad productiva y la denominación de origen de la calidad superlativa de nuestras elaboraciones con la defensa del valor del trabajo y la gestión empresaria local, y todo ello en aras de un realce de la marca "SAN JUAN".
Por Dr. Mario Alfredo Luna y el Prof. Fabián Alberto Núñez