La autoestima es el concepto valorativo de nuestro ser, de quiénes somos, del conjunto de rasgos corporales, psíquicos y espirituales que configuran nuestra personalidad. Es nuestra manera de percibirnos y valorarnos. Es tarea de los padres generar una adecuada autoestima en sus hijos.

Esta autoestima se va construyendo desde el nacimiento. Un niño esperado, deseado, amado, tiene un lugar valorativo desde donde empezar a construir una adecuada autoestima. A medida que va creciendo, el trato con los adultos significativos le ayudan o dificultan a construir su autoestima. En efecto, las miradas de amor, de ternura, de aprobación, las palabras de aliento, de paciencia, de elogio, ayudan al niño a sentirse amado, cuidado, protegido. Y por el contrario, las miradas de desprecio, de ira; las palabras violentas, humillantes, descalificatorias hacen sentir al niño que no es merecedor de amor, de respeto, de cuidado, que no es valioso. Sentimientos de menosprecio serán asumidos por el niño como desamor e imposibilidad de ser digno de amor.

Desde el nacimiento el niño necesita físicamente a su madre y padre cerca, para que lo abracen, le den de comer, le bañen, etc., a fin de cubrir sus necesidades básicas y de sentirse querido y protegido (apego), generándose así la autoestima. Por ello, la imagen que de sí mismo se hace un niño está vinculada con la manera en que es tratado por sus padres. Las funciones parentales nutricias, que se relacionan con el alimento, el cuidado, la presencia, el afecto, etc., permiten satisfacer las necesidades fisiológicas, de seguridad y de aceptación social que todo individuo requiere para crecer con una adecuada autoestima.

Hasta los seis años, la autoestima del niño se construye como en espejo a través de la imagen que recibe de sí mismo de sus padres; y de los seis años hasta la pubertad, a partir de la valoración propia de sus éxitos o fracasos. Como padres podemos a ayudar a establecer una autoestima adecuada devolviéndoles una imagen positiva, justa y equilibrada de sí mismos. Esto consiste en manifestarles sus aspectos positivos, sin exagerar o sobrevalorar, pero animando, motivando y valorando sin exitismos, reforzándolos en sus logros, no recalcando sus fracasos, y haciéndoles ver sus posibilidades reales. La adolescencia es un momento crítico en la consolidación de la autoestima, debido a los distintos cambios psico-biológicos que se experimentan. El adolescente percibe el concepto de sí mismo, una idea de quién es, si gusta o no, si es aceptado o no. Va creando expectativas acerca de sus posibilidades y siendo consciente de sus límites, buscando superarlos. De acuerdo a ello creará un clima emocional o predisposición a disfrutar con los retos de la vida, o a padecer, a lamentarse, a ver lo negativo. Los padres le darán la oportunidad de que se enfrente a los conflictos y ponga en juego sus habilidades para resolverlos autónomamente, con la posibilidad de rectificar o reparar en los equívocos, pero nunca con maltrato o criticando su persona, y asegurando el cariño y afecto incondicional, independientemente de sus logros. Los adolescentes necesitan sentirse seguros y queridos por quienes son, más allá de sus éxitos y triunfos.

Ninguna forma de maltrato, ningún mensaje o comunicación que culpabiliza, critica, acusa, insulta o reprocha es un estímulo para nadie. Por el contrario, crea un daño en la propia estima, dolor emocional y resentimiento hacia la persona que maltrata. El sentimiento de ser valioso es fundamental para la salud mental. Tener una autoestima alta es sentirse confiadamente apto para la vida, capaz y valioso para los demás. Esta autoestima es un requisito fundamental para una vida plena.

(*) Bioquímico legista Policía de San Juan. Docente de educación sexual, Instituto Escuela de la Familia, Ministerio de Educación, San Juan.