Es difícil encontrar algún objeto de uso que no haya sido teñido, al menos alguna vez, por esa oleada de sensualismo que parece ser, en principio, una garantía de éxito comercial. Cigarrillos, ropas, automóviles, jabones o cremas para la piel, han sido asociados o identificados con algún elemento o situación sensual merced a esfuerzos de la publicidad. Así, el sabor o calidad de alguna bebida puede pasar a segundo término: basta asociarla con la situación de una pareja en que ambos la estén bebiendo para que el presunto comprador suponga que esta bebida viene con una cuota de amor o atracción.
El poder de la convicción de lo erótico en la publicidad es utilizado de dos maneras: directamente cuando se trata de convencer con la exhibición de una bella dama con poca ropa junto al producto, o en forma indirecta sugiriendo que la compra de determinada máquina de afeitar permitirá acceder a una fácil conquista femenina. Este sistema publicitario descargado diariamente en dosis masivas por los medios -especialmente televisivos- aparece como un rasgo típico de las sociedades occidentales. El resultado de todo esto es el peligro de que el erotismo termine bastardeándose en lo pornográfico. Otro enfoque del tema es posible desde otra perspectiva. Las motivaciones que lo exaltan son variadas: la relajación de los principios religiosos, la convivencia creciente entre varón y mujer en la vida económica, camino de libertades antes reservado solamente a una de las personas. Todo un proceso que por supuesto despersonaliza la vida amorosa.
La pérdida del "sentido de la vida" trae consigo la pérdida del sentido de lo sexual. Como soluciones viables a este problema sería la reafirmación de los principios morales a través de una educación personalista del amor que solo tiene sentido dentro de un cuadro general de cuerpo y alma.
Se dice que el pudor es la prenda con que se cubre la dignidad.
