De acuerdo a lo dicho por Enrique Mario Mayochi, desde la Revolución de Mayo en adelante fueron muchos los ciudadanos que renunciaron a sus sueldos o a parte de ellos para aliviar los gastos de la patria. En efecto, hubo ciudadanos dispuestos a pujar por su causa comprometiendo en demanda vida, haberes y fama.
Quizás el ejemplo más acabado fue el de Manuel Belgrano, quien habiendo sido poseedor de bienes llegó a sufrir pobreza total en los momentos previos a la muerte. En su último y dificultoso tránsito desde Tucumán hasta Buenos Aires, donde falleciera, una y otra vez los gobernantes le negaron un mínimo préstamo, desagradable situación que sólo pudo paliar en parte la generosidad de un amigo. Este Belgrano que llegaba a las puertas de la eternidad sin poder abonarle sus honorarios al médico que lo asistía era el mismo que, el 5 de junio de 1810, había renunciado al sueldo anual de $ 3000 fijado para los vocales de la Primera Junta, sin que por ello pudiera entenderse que quería eximirse de la responsabilidad de su cargo. Tal gesto no fue único en su vida: cuando el gobierno lo premió por sus victorias en Tucumán y Salta con la suma de $ 40.000 en fincas del Estado, destinó el obsequio para la creación de cuatro escuelas. Similares actitudes mostró el Libertador. Al llegar por primera vez a Mendoza renunció a ocupar la casa que le tenía preparada el Cabildo y no aceptó que esta corporación le abonase la mitad del sueldo que por su grado le correspondía, mitad que él se había negado a percibir. Cuando después de Chacabuco decidió viajar a Buenos Aires, destinó $ 10.000 en oro, que para gastos de viaje le había asignado el Cabildo de Santiago de Chile, a la Fundación de la Biblioteca Nacional en esa ciudad y también renunció aun sueldo que se le había asignado.
Quienes también declinaron la mitad de sus sueldos fueron los integrantes del primer Poder Ejecutivo triunviro: Manuel de Sarratea, Feliciano Chiclana y Juan José Paso, al igual que sus tres secretarios, uno de los cuales era Vicente López y Planes.
En el siglo XX se dieron gestos dignos de recordación y homenaje. Es bien sabido que Hipólito Irigoyen en las dos ocasiones en que asumió el Poder Ejecutivo Nacional, donó sus sueldos a la Sociedad de Beneficencia. Menos conocida es, quizá inédita, una actitud de Alfredo Palacios, expresada por carta en 1956 a su amigo Esteban Rondanina en la que lo autorizó a retirar del City Bank todos los dólares correspondientes a sus sueldos de embajador que ascendían a más de 15.000 dólares. La consigna era la siguiente: entregar una mínima parte a sus hermanas y el resto a la cancillería, ya que no había querido hacer uso de ese dinero por considerarlos excesivo.
