En la fecha se realizan las 58as elecciones presidenciales en los Estados Unidos y con ellas terminará el vilo en que nos mantienen las encuestas. Final abierto, sabor amargo de las idas y vueltas que encuentran a un Donald Trump con una aceptación inimaginada, y a una Hilary Clinton que no termina de convencer pese a todos sus esfuerzos -y a los de Barack Obama-. El mundo mira atónito y expectante, la Argentina también. Bajo el nuevo lema de "una Argentina integrada al mundo", la intensa agenda bilateral entre nuestro país y Washington tiene tres grandes ejes: la política migratoria, el intercambio comercial y la expectativa sobre las inversiones que las empresas estadounidenses realicen. 

Los tres están amenazados, o mejor dicho, condenados, en caso de que gane Trump y éste cumpla con lo anunciado durante su campaña. Con el cierre de fronteras prevista habrá que olvidarse de la tan ansiada eliminación de la visa e incluso del acuerdo de implementación del sistema de Global Entry que acordaron ambos gobiernos en agosto durante la visita que realizó el actual secretario de Estado norteamericano, John Kerry. 

En materia de comercio bilateral, para entender el impacto de las medidas proteccionistas que anima el candidato republicano a la Casa Blanca, basta con hacer un desglose de lo que le vendemos a ese país: biodiesel, vinos, aceites crudos de petróleo, aluminio, camionetas, oro, té, miel, aceites esenciales de limón, peras, jugos (en especial de uva), porotos de soja, cueros y pieles. Esto implica un total de 800 millones de dólares. Este año se espera que las exportaciones argentinas a los EEUU sean de más de 4.000 millones de dólares. 

Si bien es cierto que el aumento no fue sustancial respecto de 2015, con unos 3.500 millones de dólares, las conversaciones promisorias de Mauricio Macri y Obama implicaban un salto cualitativo para 2017. Hay 20 mil toneladas de carne comprometidas para su exportación y se logró permitir el ingreso de los limones tucumanos. Al continuar con la traza de los demócratas, con Hilary presidenta, ese tratamiento preferencial estaría garantizado. 

El embeleso de esas nuevas relaciones llevó a decir al ministro Francisco "Pancho" Cabrera que existía la intención de avanzar hacia un TLC. Rápida de reflejos la canciller Susana Malcorra salió a apagar el fuego y calificó a esta idea de "aspiracional", señalando que cualquier avance se haría en bloque desde el Mercosur. Esto va en consonancia con lo que implicaría una agenda de Comercio Exterior viable: corregir el Mercosur -eso que antes referíamos tan livianamente como "curar el Mercosur con más Mercosur"-; desde el bloque asegurar el acuerdo de libre comercio con la Unión Europea; y posteriormente avanzar en acuerdos comerciales con otras regiones. 

Por último, de surgir un proteccionismo industrial estadounidense acérrimo, el impuesto a las importaciones parecería un hecho. Avanzar así hacia una relación comercial equilibrada será imposible con Trump e implicaría también un freno a las inversiones de los empresarios estadounidenses fuera de su país. Entre los más preocupados al respecto hoy está México y claramente habrá que olvidarse del TPP (Acuerdo de la Asociación Trans Pacífico). Justamente, un paso de afianzamiento entre el gobierno y los EEUU de Obama implica la reapertura de la Agencia de Comercio y Desarrollo estadounidense, y la Cámara de Comercio de los Estados Unidos en Argentina (AmCham) reconoce que empresas estadounidenses comprometieron ya 13 mil millones de dólares de inversión. 

Si gana Trump olvídense de la lluvia de dólares. Dado que la construcción de confianzas no se hacen de un momento a otro. En ese proceso, la Argentina podría quedar en off side en tanto las decisiones, declaraciones y hechos que su presidente y dos de sus principales ministros, como son Cabrera y Malcorra, han realizado en los últimos meses en relación a la Casa Blanca. Y en esas, Macri se debe acordar que él conoce a Trump muy bien de cuando su padre, Franco, probó suerte al invertir en el Real State neoyorkino. El final fue el peor posible. 

Con algunas encuestas difundidas por los principales medios norteamericanos ya se pasó de las acusaciones de "proceso de cierre y xenofobia" que implicaba el triunfo de Trump a un "nos tendremos que adaptar a la decisión que tome el pueblo norteamericano". Pero saliendo de la coyuntura bilateral, el proceso electoral que tendrá su corolario hoy podría llevar al final del "american dream". Parafraseando a Jorge Luis Borges en aquella alternativa de la promesa a la fatalidad, donde la promesa eran los EEUU y la fatalidad Sudamérica; se puede, también, estar abriendo una etapa en la cual tengamos que ser capaces de transformarnos en la promesa continental ante la fatalidad de los tiempos que vienen en Estados Unidos, en tiempos de Donald Trump. 
 
El autor fue exsubsecretario de Industria y Comercio. Director del Centro de Estudios para el Comercio Exterior Siglo XXI.