La estructura paterna u hogareña no funda la sexualidad pero la modela y conforma asistiendo a su constitución, por referencia u omisión. ¿Quién gana ocultando y quién se enriquece iluminando? ¿No somos parte de un mismo interés y compartimos células, órganos, objetos, funciones y conductas reservadas y sociales? ¿Es sano ocultar, prohibir y callar cuando la lógica juiciosa dice que es bueno y saludable mostrar, permitir concertando modos y razones, hablar para evolucionar y crecer con inteligencia y ejemplo?
El corazón de un ser humano es un reflejo del mundo que lo rodea, y las variables que modifican la historia no son ni el mercar ni el consumir ni la mera reproducción fisiológica, sino el conocimiento elaborado con la razón y la confesión expuesta en las cosas simples y cotidianas. La educación sexual hace a este último concepto. Sin él, todo se reduce a un simple devenir animalesco irracional y sin sentido orgánico ni espiritual. Escasos inadaptados escapan al molde de su cultura: la fuerza del condicionamiento social.
La naturaleza humana es maleable hasta lo increíble, y responde con exactitud y forma incontestable a diversas condiciones culturales, armónicas u opuestas. Las diferencias que existen en miembros de una misma comunidad se apoyan en la diferencia de condicionamientos, por imposición o por negación, durante la primera infancia.Y esos factores son determinantes dificilísimos de modificar o desarraigar integrados en ese medio. Los factores de poder, familiares, religiosos, sociales, míticos, producen nexos generacionales invariables, que resisten nuevos vínculos y evoluciones transgresoras al sistema civil ya consolidado. Lo extraño o renovador, perturba y agrede al entendimiento de la persona común que siempre es amiga del facilísimo y esquiva al pensamiento ordenado con cerebradas razones científicas y genio reproductivo responsable y sostenido.
Los hombres y mujeres de cada generación son educados para adaptarse a ella y desconocen, por elusión sistematizada, el principio y el porqué de tal adaptación. Pero es harto sabido que lo que no se aprende por derecha y con razones, se ignora por siempre o bien se mal aprende de cualquier manera, en cualquier parte, donde la ciencia y sus valores deductivos están siempre ausentes. Esta aseveración vale por tanto para infantes y adultos, maestros y alumnos, los que creen saber y pontifican y los que sabiendo callan o aprueban un estado lastimoso de carencia científica con aberrantes consecuencias. Los viejos piensan que los jóvenes no han aprendido sobre el amor, y los jóvenes creen que los viejos se han olvidado del amor. En realidad el equívoco es mutuo y manifiesto en la vida de relación cotidiana, sin explicitación verbal ni definición precisa de los particulares entenderes sobre ‘amor’ y su justa significación en unos y otros.
El modelo familiar tradicional que venera la monogamia, el matrimonio duradero y estable como un vínculo fundado en la castidad y la fidelidad mutuas, vientres pudorosos, castos y fecundos, relación íntima drástica y complaciente unilateral, hace a un todo irreal y fingido para un mundo actual cierto de anulamiento y transgresión fundado en esos mismos obsoletos convencionalismos. Sólo la enseñanza metódica los hace superables. El derecho une hoy lo que el amor -o su singular interpretación- pronto separa. La relación intersexual educada y comprendida, escribió Freud, hace a los seres humanos más buenos, pacíficos, trabajadores y unidos por siempre. La ignorancia y el instinto genético procuran el encuentro furtivo, solapado, brutal, en tanto asume carácter de espasmo animalesco, cuando la hipocresía elude la moral y la conciencia, el juicio y la responsabilidad cerebrada.
En la vida real, la normalidad es que todos educan a todos por una dinámica innata, propia, generacional y lógica. Pero desde la cátedra no ha de haber temas ni términos ni conceptos excluyentes, y quien más sabe expone, y el que ignora pregunta y discute y aprende, y aprendemos al fin todos quienes conformamos la sociedad en todas sus estructuras psicofísicas, biológicas y puras.
El animal humano ha hecho esta cultura de todos, que conocemos para bien y para mal, y la aplica a la constitución física y mental de ambos sexos, sin concesión elemental de las diferentes personalidades destacadas biológicamente para hombres y mujeres. Esto es original y coherente, en su aspecto psicosocial localista con mentalidad de rusticidad medieval, que bien puede entenderse -en su esencia perversa, por lo que omite- tratando de explicar el color a un ciego de nacimiento. Las variantes sexuales han de interpretarse desde lo psicológico, genético, microentorno, iatrogenia y hasta por una evolutiva inclinación natural, en orden a lo especulativo analizado y expuesto. Entre tantas y variadísimas composiciones.
La ciencia es infinita e infinitos sus alcances para un cerebro que, de proponérselo, puede más que mil instintos genéticos si está bien gobernado por el juicio y la razón lógica.
Presos quedan en el cuerpo el sentimiento, el amor, las vísceras, el grito y el llanto. El sexo en el medio como una cosa más.