La memoria del mayor golpe terrorista perpetrado contra la población civil, unió a la sociedad estadounidense como quizás la historia nunca lo hubiera hecho. Pero la evocación de un acontecimiento de una década atrás y un luctuoso hecho -la destrucción de las Torres Gemelas y el atentado contra el Pentágono-, hicieron posible que George Bush y Barack Obama recordaran el fatídico 11 de septiembre unidos de frente, cara a cara, junto a sus esposas en el más rígido protocolo y en el más íntimo de los sentimientos cívicos. Honrar a sus muertos y comprometer esfuerzos para proseguir la lucha contra las organizaciones terroristas y, además, ejecutar las obras del emblemático lugar, en el centro de Nueva York, han sido gestos que valorizan a la convivencia de los pueblos libres.
El respeto de los símbolos y la exaltación del patriotismo no es un nacionalismo vacío sino que está lleno del impulso democrático, que lleva a la fraternidad y a la convivencia de los líderes, quienes deponen por momentos sus diferencias sectoriales con un sello distintivo digno de imitar. En estos instantes, más allá de los disensos, todos son uno y esa unidad lleva consigo la fortaleza en medio de todo desastre o tragedia.
Bill Clinton dejó la presidencia con déficit cero; Bush por los gastos de guerra concluyó su mandato con una fuerte deuda y Obama ha llegado a una crisis económica endeudado en dos billones de dólares, mientras lucha denodadamente para que le aprueben el nuevo presupuesto en el Congreso. Más allá de los números, Bush y Obama se unieron junto al pueblo norteamericano para aprender del pasado, mejorar el presente y construir el futuro, un ejemplo ante el mundo de la nación más poderosa de la tierra.
