La indigerible ensalada de errores políticos, desmanejos partidarios y locura callejera que se vio ayer en torno a la Reforma Previsional, da miedo. El oficialismo lustró su chapa de inexperto en el manejo de temas sensibles. Y la oposición está tan dispersa que se vuelve inmanejable. Ayer de casualidad no hubo un muerto. Todos lo tenemos que saber. Bombas molotov, lluvias de piedras del tamaño de una baldosa, balas de goma, y la terrible orden de poner el pecho a las piedras que le dieron a los inexpertos miembros de la Policía capitalina, formaron un combo explosivo del que nos salvamos todos, no solamente los que estaban en ese lugar. Hasta pareció que hicieron todo para que uno de esos policías cayera al piso sin vida. Fueron cien contra cinco mil. Y casi desarmados, gracias a la loca orden que dio una jueza, lo que envalentonó a los violentos y diezmó las posibilidades de uno de los guardianes del Estado de derecho. Locura por todas partes, también en la Justicia. Las piedras no solamente volaban fuera del Congreso, también adentro del recinto y en la Casa Rosada. Las arrojaban Macri y una parte del peronismo contra la lógica, la política y el arte de hablar. Ojalá recapaciten.
A la misma hora que varios gobernadores del PJ se sacaban una foto con Emilio Monzó en su oficina en apoyo a Macri, la CGT, el histórico brazo ejecutor del peronismo, ordenaba paro general. Y otros actores menos influyentes como José Luis Gioja, mandaba a los dos o tres impresentables que aún mantiene, por ejemplo en San Juan, a dispersar el rumor de los saqueos. Uno de ellos recorrió varios locales del centro instando a los locatarios “de buena onda” a cerrar porque “algo iba a pasar”. Antes un enviado del desgarbado ya había enviado cierto mensaje a cierto periodista, al que ya alguna vez apretaron con insultos y amenazas. No vale la pena decir quién ni por qué. Los gobernadores que permitieron el quórum -todos menos Sergio Uñac- no quisieron hacer la conferencia de prensa que el Gobierno había anunciado horas antes. No hubo todo el apoyo que prometieron. Ni de los mandatarios del peronismo, ni de los de Cambiemos. En resumen, hoy el peronismo es una gran masa que se dispersa entre las manos, que tiene acciones de todo tipo, que puede provocar cientos de reacciones distintas. nadie puede decir que es el jefe, ni nadie puede decir que responde a alguien en particular. ¿Con quién negocia entonces el oficialismo? El peronismo también le tira piedras a la política. No hay diálogo. No hay con quién hablar.
Del lado de Cambiemos la situación es aún peor. Tienen el mango del sartén, pero no saben por dónde agarrar el sartén. Tampoco hay líderes que propongan diálogo. ¿Con quién habla el peronismo si quisiera hacerlo? ¿Con Macri, con Carrió, con la UCR? Las internas los están matando. Rogelio Frigerio se mata con Marcos Peña, y cada ministro se ha enrolado en uno u otro lugar. En la Cámara de Diputados debería mandar Emilio Monzó, pero domina Elisa Carrió. En Senadores los conduce Miguel Ángel Pichetto, un peronista de identificación dudosa. Un desastre. Todo es un desastre.
Está mal ponerse de ejemplo, pero puede ser una buena idea para que el lector sepa de qué se trata. Si Uñac y Gioja se mataban, el peronismo perdía la elección en San Juan. Si Marcelo Lima atendía los llamados de sus examigos, hoy la Cámara de Diputados sería una locura. Si los gremios estatales se volvían locos, hoy la administración pública hubiese vuelto a la época de los tres meses de deudas. En San Juan hay una comisión que investiga la obra pública, y eso salió del diálogo en la Legislatura, entre opositores y oficialistas, nada más y nada menos. Todo se hace y se desarregla con el arte de la política, que no es lo que han hecho Macri, la izquierda y el peronismo. Ojalá se den cuenta más o menos rápido.