En la Iglesia siempre existió, en teoría, la prohibición de los métodos anticonceptivos, aunque en la práctica y de modo especial en el confesionario, la realidad cambia. La disyunción entre la doctrina de la polémica "Humanae vitae” (1968), de Pablo VI, y la práctica anticonceptiva en uso entre los fieles, no es una novedad en las últimas décadas.

Desde hace tiempo, e incluso en lugares donde el cristianismo está difundido, la división entre lo doctrinal y la vida, es una realidad. Un ejemplo es lo vivido en la región del noreste de Italia: el Véneto, con más de 4,8 millones de habitantes, cuya capital es Venecia y una de las regiones más católicas. En la primera mitad del siglo XX, en la parte rural de esta zona, donde casi todos iban a misa los domingos y se confesaban al menos una vez al año, los índices de natalidad disminuyeron a la vuelta de una generación. Pasaron de 5 hijos por mujer en 1921 a 2,5 hijos en 1951, a través de prácticas anticonceptivas. Acaba de ser publicado un ensayo que analiza y explica a fondo por primera vez, con documentos nunca antes estudiados, por qué la Iglesia no detuvo la difusión de la anticoncepción. El autor del trabajo es Gianpiero Dalla Zuanna, profesor de la Universidad de Padua. Los documentos han sido examinados a fondo, y pertenecen a dos bloques. El primero se refiere a los casos de moral discutidos por los sacerdotes de la diócesis de Padua, entre 1916 y 1958. El segundo bloque son las respuestas de los párrocos a una pregunta sobre el control de los nacimientos, en ocasión de la visita pastoral realizada en la diócesis entre 1938 y 1943 por el entonces obispo de Padua, Carlos Agostini. De las respuestas se puede conocer cómo actuaban los párrocos con los fieles en concreto. En las soluciones dadas resulta una indicación constante: la de recurrir a la "teoría de la buena fe”, enseñada por el teólogo moralista, obispo y doctor de la Iglesia, san Alfonso María de Ligorio (1696-1787). Según tal teoría, en presencia de un penitente que se confiesa y que se sospecha que comete actos anticonceptivos, pero parece desconocer la gravedad de la culpa y en la práctica existe la imposibilidad de corregir el propio comportamiento, está bien respetar su silencio y tener en cuenta su buena fe, absolviendo sin hacerle ulteriores preguntas.

La teoría alfonsiana estuvo presente por muchas décadas en los seminarios, en la cura pastoral de las almas y también en las indicaciones del Vaticano en el siglo XIX y en la primera parte del siglo pasado.

Apareció incluso en el Código de Derecho Canónico de 1917, en vigor hasta 1983, que en el canon 888 decía: "El sacerdote que escucha las confesiones tenga cuidado de hacer preguntas curiosas e inútiles, especialmente respecto al sexto mandamiento, y particularmente, no haga preguntas a los más jóvenes sobre lo que ellos ignoran”. El cambio rechazando esta teoría aparece en 1931, con la encíclica "Casti connubii”, de Pío XI, pero sin llegar a convencer a los católicos. Ahora bien, existe un documento vaticano que ha restablecido cierta unidad de orientación en el enfrentamiento con los dilemas de la anticoncepción. Fue promulgado el 12 de febrero de 1997, titulado: "Vademecum para los confesores sobre algunos temas de moral conyugal”. Sintetiza la doctrina de la Iglesia en materia de control de los nacimientos, pero al dar indicaciones prácticas, el documento los alienta explícitamente a confiar en la "buena fe”, aunque con la advertencia de dar pasos graduales para despertar en la conciencia del penitente el conocimiento de las culpas cometidas. El documento abandona la indicación rigorista que prohibía absolver a los que, hubieran recaído muchas veces en acciones anticonceptivas. El cardenal John Henry Newman, admirado por Benedicto XVI, decía: "Brindaré primero por mi conciencia, luego por el Papa”. Correctamente interpretada, esta frase no tiene nada de heterodoxa. El Vaticano II definió a la conciencia en el n. 16 de la Constitución "Gaudium et spes” como "el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquella”. En estos tiempos donde la prepotencia sigue vigente, la Iglesia, el poder político o cualquier persona deberán acostumbrarse a presentar sus posiciones, pero reconociendo que la conciencia debe ser formada, aunque jamás atropellada.