Desde esta perspectiva surge sin duda un interrogante que se infiere como una conclusión poco alentadora. La identidad, signo inequívoco en todo ser, está siendo trastocada en su cimiente más profunda, donde fluye una prédica enajenada de ese conjunto de valores que nos han correspondido como argentinos. Los grupos humanos funcionan como pueblos cuando aprehenden la organización, al decir del viejo apotegma que define "pueblo, es lo organizado, únicamente". Pero previo a esa organización es necesario construir raigambre porque de la mano de la firmeza y de la solidez el tiempo va modelando su cimiente para inscribir como fuego sagrado, en las distintas jornadas del devenir, en cada individualidad, los valores colectivos de la sociedad que se edifica.
Debajo de tantos períodos de la historia, se supone que el ser humano agudiza su capacidad de medición, pero la realidad nos ha demostrado que es una capacidad inherente al hombre más allá del tiempo histórico, pero esa condición virtuosa e inalienable, se cultiva con acierto cuando se labra desde la argamasa que echó a luz la raigambre, porque se cultivó y abrió surcos en esa cimiente modeladora de la identidad común. Podemos equivocarnos en los programas económicos y financieros, podemos no acertar con actividades programáticas pero no podemos confundir la esencia del ser argentino que afincó en esa huella imperecedera, sus orgullos, tradiciones, símbolos, creencias y modos de comportamiento.
El peor de los desencuentros es el que enfrentan los pueblos con sus esencias porque se descomponen en su integridad e identidad cultural. A la escuela no la recupera el plan de estudios si antes no ha fundado sus conceptos que deben contener el preámbulo de lo que el ser es. Ese ser al que debe contemplarse es argentino y se le debe definir previamente para que el plan no atente contra esa sustancia que le distingue. No hay autoritarismo más ofensivo que aquél que mata sus propias esencias. Ni siquiera debe mellarse tan elevada condición del hombre y los Estados deben procurar que sus gobernantes no desdeñen de la cualidad de medirse en la común sociedad para que sus actos en el poder no destruyan a los pueblos en esa indiferencia ruin que le anula en su identidad.
Los modos de comportamiento funcionan como dispositivos, como elementos dentro de un grupo social y su importancia estriba en que actúan para que "los individuos que lo forman, puedan fundamentar su sentimiento de pertenencia que hacen parte a la diversidad, al interior de las mismas en respuesta a los intereses, donde encontramos códigos, normas y rituales que comparten dichos grupos dentro de la cultura dominante".
Hay una prédica que debe ser constante y fundamentada en todos los niveles de conducción del Estado referida no sólo a cuestiones de bienestar y de economía, sino a afianzar nuestros valores, sentimientos y tradiciones que definen nuestro ser nacional. En la materialidad dada a la exposición, ninguno de esos elementos puede faltar para fundar el diálogo fecundo entre argentinos. Las concepciones distintas y distantes en la concepción de las actividades políticas y económicas no deben agravar la convivencia porque los problemas graves en el marco de ese comportamiento general no pueden impedir aunar voluntades conscientes detrás de objetivos trascendentes que siempre tienen los pueblos cuando se resuelven en sí mismo porque avizoran el camino que viene.
