Un aspecto oscuro de la vida de Carlos Gardel lo constituye la etapa desde la niñez hasta el período adulto cuando la fama ya lo había alcanzado. A este respecto es mucho lo que se ha escrito basándose más bien en supuestos y comentarios de terceros cuya veracidad es imposible de corroborar, llegándose inclusive hasta mencionar un tiempo transcurrido en el penal de Ushuaia, donde había una celda cuya puerta llevaba el nombre del "Zorzal”, completándose tal anécdota con declaraciones de un pasajero de un barco que llegaba a Buenos Aires desde el sur según el cual fueron compañeros de camarote.
Ante todas estas versiones imposibles de comprobar, debemos pensar por lógica que de haber existido alguna intervención policial debieran encontrarse archivos y actas tal como se acostumbra desde siempre ante cualquier hecho delictivo. Al respecto nunca se han encontrado pruebas que justifiquen tales comentarios poco favorables a la figura del cantor, siendo lo único seguro hasta ahora que Carlos al dejar la escuela realizó diversos trabajos circunstanciales, "changas” como los llamaríamos hoy, reconociendo él mismo en 1930 que "…cuando era chico hice de cartonero, de relojero, aprendiz de linotipista…”, esto último en una conocida imprenta de la calle Florida, únicas ocupaciones hasta ahora demostrables.
Según Armando Defino, amigo de Gardel, a edad muy temprana Carlos hizo abandono del hogar y anduvo viajando por toda la Argentina para dedicarse a diversos oficios, en un afán de independencia que sin dudas representaba un importante rasgo de su carácter. Sus biógrafos más serios recuerdan una etapa en la cual el adolescente Gardes (sic) apareció en el puerto de Buenos Aires vendiendo fósforos. Otro autor, Francisco García Jiménez menciona que "….Carlitos Gardel, adolescente, travieso y libre, se dejó llevar muchas veces en la corriente de pandillas y todo lo malo que hizo fue parecerse a los héroes clásicos de la picaresca…"".
Cualquiera fuese !a opinión de tantos autores que se dedicaron al tema, lo más razonable para aproximarse a la verdad es tener en cuenta que si nuestro "Zorzal” tuvo realmente un pasado relacionado con el delito, ello debiera constar asentado en los archivos policiales, cosa que según parece nadie ha podido encontrar. De este modo, la presunta etapa aventurera y, para algunos autores, hasta delictiva de Carlos Gardel en su adolescencia, no pasa de ser un mito relativamente romántico quizás relacionado con las letras de tantos tangos que traen a la memoria tiempos de "paicas”, "piringundines” y "taitas” del arrabal en duelos a muerte bajo la luz de un farol.
En el humilde y muy particular ambiente del Abasto donde se crió el pequeño Charles no pueden caber dudas de que conoció los aspectos más sórdidos de la vida porteña, máxime cuando doña Berta estaba demasiado ocupada en sobrevivir decorosamente con su trabajo de planchadora en un país extraño y con un hijo sin padre. Como citan sus biógrafos el joven conoció la calle en un barrio marginal desde edad muy temprana, llegando inevitablemente a codearse con toda clase de hombres y mujeres, sin que ello significara necesariamente tener un pasado delictivo.
Dejando de lado las leyendas sobre delitos mayores, de muy dudoso origen y sin prueba alguna que lo certifique, no nos debe resultar extraño la existencia de un Carlos Gardel, que llegó a conocer los aspectos más sórdidos del arrabal porteño de principios del siglo pasado, algo si se quiere natural en un chiquilín que debía integrar, a gusto o a disgusto, las pandillas de todo tipo que abundaban en los suburbios de cualquier ciudad, con mayor razón si se trataba de un barrio como era el famoso Abasto. Un comentario de Doña Berta reconocía que su niño "pasaba mucho tiempo en la calle y a veces aportaba moneditas haciendo de canillita o vendiendo fósforos en el puerto”. Amigos de la infancia contaron que el "francesito” se sentaba en la puerta de calle para cantar y en seguida lo rodeaban numerosos muchachitos que luego convencían a sus respectivas familias para que lo llevaran a sus hogares durante días enteros.
