Para algunos dirigentes sindicales y políticos el país global no existe, sólo les sirve de plataforma para el que se endiosa en su propia fuerza. Esto se observa con cierta asiduidad y el pueblo, la gran mayoría, algún día puede cansarse de estar en silencio. Determinadas organizaciones se adueñan de la situación general y hacen sus negocios con el dinero de los afiliados, subvenciones del Estado y préstamos de bancos oficiales.

La dirigencia pide y obtiene, pero nunca da cuenta del uso de esos dineros, pero tampoco se les reclama para que lo hagan.

El interrogante fundamental es qué significa el país para esos líderes que se inventan a sí mismos y hasta qué punto existe una concomitancia con algunos poderes públicos ya que si es así, sería grave.

Si hay algo que necesita el país para comenzar a andar es hallar su propio ritmo, que iguale beneficios hacia abajo y que sea transparente porque la transparencia permite permanecer. Hoy muchos argentinos se quejan y con razón porque las cuentas públicas no están claras, generando insatisfacciones y sospechas. Estas cuentas se estructuran para las necesidades de todo el país y ello debería proyectarse con claridad.

Hay dos opuestos que parecen irreconciliables, por un lado el poder que actúa sin consideración por el pueblo, por el otro un pueblo cada vez más insatisfecho y más confundido. Por eso también reina el desconcierto en los distintos grupos activos y ello genera confusión y desánimo. Hoy nadie arriesgaría nada por convicción en las acciones oficiales.

El camino es sincerarse, blanquear las situaciones que confunden y conocer los números reales porque los argentinos nos merecemos un país en serio.