El destino del submarino ARA San Juan sigue siendo un enigma. Es de esperar que sea localizado a la brevedad para saber qué pasó con la nave y sus tripulantes.

 

Queridos hermanos: También hijos. Les escribo desde la comprensión y el dolor compartido. A muchos de ustedes pude conocer y los tengo bien presentes, de algunos guardo un consolador testimonio de entrega y aceptación desde la fe, la esperanza y el amor. Me da paz y alegría saber que el capellán de la Base, sacerdote David Ochoa estuvo acompañándolos y lo sigue haciendo como desde el primer día.

Desde que asumí como Obispo Castrense, he ido descubriendo en la diócesis, riquezas desconocidas para el común de la sociedad, entre ellas que cada Fuerza es como una familia; una familia que cuida a sus miembros, piensa en ellos, no los abandona y permanentemente está velando por el bienestar de los mismos. La gran familia naval es un claro ejemplo. En mis primeros contactos ante la desaparición del "ARA San Juan" pude ver en varios de ustedes dolor en sus ojos. Lo pude sentir en el corazón, pero no un dolor desesperado sino esperanzador, porque si bien la noticia albergaba distintos desenlaces, no obstante, sabían que sus camaradas no ahorrarían medios ni tiempo para buscar a sus hermanos. "Nosotros también tenemos a nuestros amigos allí, que son parte de esta familia – me decían sus compañeros, sobre todo en la BNMP – y estamos sufriendo lo mismo que sus familiares de sangre”.

Ya hace casi un año desde que ellos, sus hijos, sus esposos, padres, amigos y novias salieron a navegar; pero aún no han regresado. No bajamos los brazos, pero la situación hace muy difícil el reencuentro con ellos aquí. Aceptar la realidad es también un acto de responsabilidad personal y en pro del bien común.

Una angustia oprime nuestro corazón, un nudo fuerte nos impide el paso de la respiración, pero sólo un alma noble puede aceptarlo sin perder la paz y con digna resignación. Nadie se va mientras alguien lo recuerde ni se aleja de nosotros si le damos vida en nuestro corazón. La tristeza de lo sucedido hizo que valore más aún a tantos hombres y mujeres, jóvenes y adultos de las Fuerzas Armadas que entregan sus vidas por el bien de la Patria, que es el bien de todos.

¡Nuestros 44 hermanos de la Armada Argentina están donde siempre quisieron estar, navegando! Podríamos reprocharles esto, el no estar, pero no lo tomemos a mal, porque era parte de su vocación, es decir, un llamamiento a la heroicidad que conlleva riesgos, incluso el riesgo de dar la vida. Ellos lo sabían, nosotros lo sabíamos y así lo aceptamos.

Zarparon encomendándose al amor de nuestra Madre Santísima. Sabemos que la Estrella del Mar, "Stella Maris”, al cumplirse este tiempo, no ha abandonado a sus hijos y aún protege bajo su manto purísimo el valor, la hidalguía y el patriotismo de estos marinos de honor.

Si ellos desde su lugar nos pudieran hablar, seguramente nos dirían que nos aman… y que nuestro dolor no opaque la grandeza de este acto de amor a la Patria y el destino que Dios les trazó cuando eligieron el mar. Este 15 de noviembre estaré con ustedes acompañándolos y pidiendo al Señor por cada uno y por cada familia, celebrando la Santa Misa que es el Sacrificio más grande ofrecido por amor. Que Nuestra Madre, en la Advocación de Stella Maris, Patrona de la Armada Argentina, nos guíe, acompañe y conforte a todos. Con mi fraterna bendición.

 

Por Monseñor Santiago Olivera
Obispo Castrense de Argentina