¡Bajen las armas, que aquí sólo hay pibes comiendo!, clamaba León Gieco en una inolvidable canción del rock nacional (El Ángel de la bicicleta, 2005). El contexto del que hablaba aquella letra, afortunadamente, no es el actual. Sólo apelo a esta imagen a manera de metáfora, para hablar de la violencia no ya de balas, sino de las palabras.
Y la palabra, siempre tiene un mensaje para alguien. Está cargada de destino porque es relacional. Como saeta que busca su centro, la palabra se dirige a ese otro que es mi semejante, para entrar en diálogo y construir puentes. Claro está, que la palabra que agrede, agravia, descalifica o humilla no sólo renuncia a esta función, sino que produce el efecto contrario: en lugar de puentes, levanta muros.
A nadie escapa que vivimos tiempos de mucha exasperación, intolerancia y pirotecnia verbal. Pareciera que nos empeñamos en convertir las causas por más legítimas que sean, en ocasión para fomentar divisiones y alimentar grietas.
Lo sucedido recientemente, en ocasión del aborto practicado a la menor discapacitada y abusada (tipificado legalmente como Aborto no punible según el Código Penal), fue disparador de un escenario de violencia verbal pocas veces visto y de una falta de respuesta superadora. Efectivamente, en una situación de extrema vulnerabilidad, marcada por la tragedia y el abandono, sólo fuimos capaces de pensar en la muerte como solución. Debo ser clara en esto: el aborto no punible aunque legal, no soluciona ni la violación, ni el contexto de pobreza, ni el drama de las maternidades vulnerables.
Y lejos de unirnos buscando soluciones, pusimos en foco las diferencias. Claro es que en el ancho mar de la convivencia social, siempre hay dos orillas. Pero en lugar de construir puentes, abundaron palabras descalificadoras de ambos lados con igual carga de intransigencia. Grupos a favor vs grupos en contra, colegas a favor vs colegas en contra, pero con un denominador común: la intolerancia hacia quien piensa distinto. Ni de un lado pueden tildarse de "asesinos" por practicar el aborto no punible, como decían panfletos que inundaron las redes, ni tampoco nos convertimos en retrógrados, hipócritas e insensibles, los que defendemos las dos vidas, como dicen comunicados de algunas instituciones. Como gran paradoja, nos hemos igualado en lo peor. Tenemos el derecho de pensar distinto, pero no nos asiste el derecho de agredir al otro, en nombre de ninguna convicción o ideología.
Como reflexión final tres preguntas: -¿Y si probamos pensar "juntos" como acortar las brechas sociales de las que fue víctima la niña?; – ¿Y si pensamos "juntos” otras soluciones que no impliquen la eliminación del hijo concebido?
Vuelvo al "Angel de la bicicleta" de Gieco y buscando palabras de encuentro que derriben muros, digo: – ¿Y sí probamos bajar las armas, que aquí sólo hay personas que piensan diferente?
Por Miryan Andújar
Abogada – Instituto de Bioética Uccuyo