La fuerza de la obra de Karl Marx radica en el tema económico. Resumo sus ideas claves. Los propietarios de los medios de producción son quienes poseen el capital. Los obreros aportan su trabajo. Pero lo ganado por el dueño es mucho más que lo producido, que en lugar de ir destinado a los trabajadores mismos, va a parar a las arcas de los propietarios. Esa es según Marx y su teoría de la plusvalía, la base de la economía burguesa. El dueño del capital obtiene lo que ha invertido en el trabajo -ha arriesgado su capital- pero también obtiene una renta excedente que le permite ir acumulando cada vez mas, mientras que los trabajadores nunca llegan a ser dueños de lo que están haciendo. Según el autor de El Capital, la riqueza no es producida por el capital sino por el trabajo de los obreros explotados.
Lo original de la mirada aquí es la aplicación del método dialéctico a la economía política. Allí donde los economistas clásicos veían relaciones entre mercancía, Marx ve relaciones sociales, o sea, relaciones de explotación entre personas. La explotación y por ende, la violencia, radica en que el asalariado vende su fuerza de trabajo y recibe a cambio una cantidad exigua de dinero que le alcanza para subsistir y algunas otras necesidades. El propietario de las fábricas paga esa suma y adquiere el derecho de usar la fuerza de trabajo del obrero, apropiándose para sí, casi robando para su bolsillo, el excedente de valor creado. Marx intenta así mostrar que la producción de la plusvalía por parte del capitalista es apropiación injusta de trabajo no pagado.
Por ello propone la abolición de la propiedad privada de los medios de producción. Y ¿cómo lograrlo, si nadie regala libremente su capital? Por medio de la ira, pero programada. Sistemática. Así mediante la socialización forzosa de los instrumentos de producción -tierras, fábricas, capitales- la propiedad privada revierte a sus verdaderos dueños, los trabajadores explotados, pero en forma colectiva.
Todo esto además, dentro de un marco teórico lleno de materialismo ateo, que deja sin el pan de la fe trascendente al mundo.
En los países donde se puso en práctica esa doctrina, o sea, la abolición de la propiedad privada, donde el Estado era el único capaz de planificar la producción y fijar retribuciones, empezando por el mapa de Rusia, el resultado no pudo ser peor. De hecho el mundo quiso salir de ello. Y hasta Benedicto XVI llegó a afirmar en Brazil en el 2007: "El sistema marxista, donde ha gobernado, no sólo ha dejado una triste herencia de destrucciones económicas y ecológicas, sino también una dolorosa opresión de las almas”.
En la Unión Soviética, las libertades civiles que habían dado su sangre por las revoluciones burguesas del siglo XVIII se perdieron, pero la desigualdad continuó y peor que antes. Porque antes un trabajador podía ser despedido por un empresario avaro, pero podía encontrar trabajo en manos de otro empresario que lo reconociera en su habilidad laboral. En el comunismo autoritario, todo el que no se sometía al único patrón vigente no sufría solo el desempleo y la hambruna, sino la cárcel, la persecución o los gélidos campos de Siberia. La nueva clase dirigente, el Partido Comunista, gozaba de todos los privilegios y prebendas en países realmente decadentes y empobrecidos. Y encima, con la violencia extrema de no poder expresar su ahogo ni remediar su asfixia por el exilio.
Quizá el grito marxista dejó mayor "sensibilidad” humana para el capitalismo reinante, mayor conciencia del impuesto progresivo sobre las rentas de los particulares, una reflexión que centraba la mirada en la dolorosa situación del proletario, el inicio de la abolición del trabajo infantil y la necesidad del empleo pleno en una sociedad. Son objetivos hoy ya conseguidos en la mayoría de los países, no como fruto de una ira subversiva sino como exigencias de la equidad que se impone con la marcha de los tiempos.
Marx tuvo amplia influencia. Pensaba que la verdadera revolución sólo se podía dar en los países burgueses desarrollados como Inglaterra o Alemania. Pero se cristalizó en Rusia, donde no existía burguesía sino campesinos gobernados por aristócratas. Lenín, Stalin, fueron violentos al implantar el cambio revolucionario, porque creían en la violencia misma como medio y despreciaban la mansedumbre como elemento cristiano anestesiante. La violencia es la partera de la historia, repetía Lenin. Sin embargo, ningún hombre nuevo nos dejó la partera de la violencia: sólo sangre y sudor.
La economía social de mercado en democracia, y aún con límites, tiene posibilidades de ser lo mejor para soñar el futuro.
(*) Especialista en bioética, profesor universitario. Párroco de Nuestra Señora de Tulum, Villa Carolina.
