En estos días hemos vuelto a Belén porque sentíamos la urgencia de volver a mirar y escuchar la lección de Cristo allí: su primera y gran lección basada en la ternura y la cercanía de un Dios que se inclina ante la humanidad. Un poco de luz ha quedado en nuestros ojos y en los corazones al contemplar el pesebre. El tiempo vuela y no podemos renunciar al deber de escrutar toda la vida de Cristo a la luz de la Sagrada Escritura. El evangelio de hoy nos lleva hacia el Jordán y nos presenta la figura de Juan el Bautista, ahora adulto, que bautiza, espera, se prepara y prepara el corazón de la gente al tan ansiado encuentro con Cristo. El Bautista, sin miedo, advierte a todos, que Cristo está cercano: "Viene detrás de mí, alguien que es más fuerte que yo" (Mc. 1,7). Estas palabras van dirigidas también a nosotros para recordarnos que el sentido de todo se encuentran en estas palabras: ¡Dios siempre viene! Vivir es esperar a Dios y en Dios. Morir es no esperar más. Juan añade: "Yo no soy digno ni de desatarle la correa de las sandalias" (Mc. 1,7). Esa era una función de los esclavos. De este modo, el Bautista advierte la distancia entre nosotros y Dios, al punto tal en que no encuentra otra imagen para expresar todo su estupor y alegría delante de Dios que se hace cercano. La fe tiene necesidad de estupor, porque la fe es un don. Pero el estupor nace de la humildad, y ésta es la perenne condición en la que el hombre puede encontrar a Dios en Jesús. ¿Por qué viene el Señor? Afirma Juan: "Yo los bautizo con agua, pero el Mesías los bautizará con el Espíritu Santo" (Mc. 1,8). Jesús ha venido para entregarnos el Espíritu Santo; es decir, ha venido para darnos la posibilidad de amarnos de verdad entre nosotros, entregándonos el Amor mismo, que es la tercera persona de la Santísima Trinidad. Isaías, en la primera lectura de hoy nos advierte: "¿Por qué gastan dinero en lo que no es pan y el salario en cosas que no alimentan?" (Is. 55,2). Como se puede observar, la necedad moderna del hombre que confunde alegría con euforia o placer es tan vieja como el hombre mismo. ¡En esa época, ya se lamentaba el profeta Isaías! Jesús ha venido a señalarnos que, sólo cuando salimos de nuestro egoísmo, nos fugamos de nuestras tristezas. Pero para vencer la absolutización del "ego" es necesario renacer recibiendo al Espíritu Santo, que es el Amor divino, ya que sólo Dios sabe amar en serio. El camino es lento, porque el egoísmo humano es duro y tenaz. El evangelio nos lo recuerda, presentándonos a Jesús adulto, en silenciosa y paciente presencia en medio de los pecadores que van hasta el Bautista. Hay un salto de cerca treinta años desde los acontecimientos de la Navidad en Belén hasta el bautismo en el Jordán. ¿Por qué este silencio? ¿Por qué este "esconderse" de Dios? La respuesta es una sola: Dios sigue caminos que nos desconciertan y de modo continuo requieren suplementos de fe. Él está presente en el mundo, pero con una paciencia que a veces nos resulta o puede parecer fastidiosa. Un día dijo el Abbé Pierre, sacerdote francés fundador de las Comunidades de Emaús, que tienen la finalidad de encontrar y ayudar a gente de la calle, que "el criterio para descifrar la obra de Dios, es el Amor infinito". Y nosotros somos demasiado egoístas para comprender las exigencias de Dios que ama infinitamente.
¿Cómo se presenta Jesús en la orilla del río Jordán? El evangelio nos lo presenta como uno que se pone en fila con los pecadores y espera su turno. ¡Qué increíble misterio! Juan mismo se asombra del estilo de Dios y exclama: "Yo soy el que necesito tu bautismo ¿y tú quieres que yo te bautice?" (Mt. 3,14). Pero la respuesta de Jesús es decisiva: "Déjame hacer esto ahora, porque es necesario que así cumplamos lo ordenado por Dios" (Mt. 3,15). Así hace Dios. Y ahora será Juan el que encontrará una imagen singular para presentar a Jesús: "He aquí el Cordero de Dios". Es decir: "He aquí la mansedumbre en persona" (Jn. 1,36). El bautismo que recibimos en la infancia se demuestra en la edad adulta. Decía el Cardenal L. J. Suenens, ex arzobispo de Malinas-Bruselas: "En la Iglesia tenemos muchos bautizados pero pocos cristianos". La vida es una continua conversión, y el verdadero cristiano lleva dentro de sí una perenne juventud que necesita ser actualizada a diario. Como los santos, que siempre tienen algo nuevo para dar e inventar. Es que la caridad es creativa. Me viene en mente un sacerdote de quien oí hablar mucho en Italia: el padre Lino, de la diócesis de Parma. Murió en la oficina del gerente de una fábrica, mientras le buscaba trabajo a un expresidiario. ¡Fue cristiano hasta el último instante! El Bautismo produce estos heroísmos.
