El papa Francisco dejó inaugurado el Año Santo Extraordinario con la apertura de la célebre Puerta Santa en la Basílica de San Pedro. Se trata del ‘Jubileo de la Misericordia”, como le ha llamado, bajo el lema ‘Misericordiosos como el Padre”. Los estudiosos advierten que el misterio de la fe cristiana ‘pareciera encontrar su síntesis en la palabra misericordia” que, mirada desde el diccionario, significa ‘compasión por los que sufren y decisión de ofrecerles ayuda”. Pero más explícita en su etimología, comprobamos que viene del latín misericordia compuesto de miserere, que quiere decir compadecerse, y cor, corazón, por la relación que establece el corazón con el área de los sentimientos.
Venimos de un año electoral donde se ha abusado de los tiempos de campaña y del tiempo de los ciudadanos. Ningún legislador nacional ha opinado todavía sobre la necesidad de evitar al máximo el abuso partidista de los tiempos electorales a partir del 2017. Más aún cuando hubo campañas puntuales en todo el país con rostro de cortesía pero cuerpo de demonio. Y San Juan no fue la excepción. En otras palabras: si queremos encontrar misericordia en la últimas campañas de este 2015 habría que buscarlas con una lupa de gigantescas dimensiones y lo más probable es que no encontremos una pizca de ella. Francisco se explayó sobre la palabra y su misión, afirmando que misericordia es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Durante las recientes tareas proselitistas no hubo serenidad ni paz.
Dejemos la alegría de lado porque alguien habrá disfrutado de tantos encuentros que la promoción de candidatos provoca. Pero nada más. El lacerante enfrentamiento, nutrido de miserias, entre la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner y el presidente electo Mauricio Macri por el protocolo de la asunción, resultó un penoso ejemplo de lo que no debe hacer nunca un gobernante. Y más aún, allí no hubo ni una migaja de misericordia, porque, junto a sus deberes de jefe de Estado entrante y saliente, no gozan constitucionalmente ni éticamente del derecho a protagonizar una riña callejera sobre el escenario más importante de la Nación. Viene a colación lo que Ernesto Sábato me dijo hace años durante una entrevista en la embajada argentina en Madrid: ‘Uno no es como se ve sino como lo ven los demás”.
Pasados estos episodios para olvidar, habrá que preguntarse si en el fondo seguiremos por ese camino, o si oficialistas y opositores se detendrán a reflexionar sobre el principal destino de sus horas de trabajo: el respeto a los argentinos y el bienestar de la ciudadanía. Por eso, no es casual que el Papa convocara a este Año Santo Extraordinario y que lo haya puesto en el marco del misericordia en el mundo. El político no podrá decir que hace política si no posee misericordia. Porque hacer política, lo he comprobado en funciones públicas circunstanciales, es resolver los problemas de la gente en el marco de las políticas oficiales vigentes, aunque no haya un método escrito para ello, haciendo uso del sentido común y, por encima de todo, pensando en hacer el bien al prójimo. Entre otras cosas porque el Estado es el garante y guardián del bien común. Por eso, no hace falta ir a la Basílica de San Pedro y atravesar la Puerta Santa (incluso en San Juan la Catedral abrió la suya) para encontrar la indulgencia plenaria, la paz espiritual o como quiera llamarle el ciudadano medio más o menos creyente.
Poner el oído al otro y hacer política sin profanar los derechos ciudadanos, es también actuar con misericordia. Y, cuidado, la misericordia no es propiedad del creyente, porque se trata de practicarla cerca o lejos de los evangelios, al hacer el bien desde cualquier parte, pero especialmente desde los sillones del manejo de los asuntos públicos. Quizá por eso, si el político no la aborda, muy pobre resultará su trabajo.
