Quien sabe que mano me empuja hacia el sitio inaugural de mi infancia. Pero dejo que actúe. No la detendré ya nunca. Y mientras pasan los años, más lo vivo y más retorno. Siento confluir el hoy con el ayer. Hoy, por ejemplo, vienen a mi memoria aquellos pregoneros ambulantes, que ofrecían sus productos o servicios, reclamando la atención de nuestras madres a viva voz, o emitiendo diversos sonidos que los hacía inconfundibles. El afilador de cuchillos, soplaba una flauta con una aguda escala ascendente y descendente, haciendo una convocatoria rápida a los interesados en mejorar el filo de sus cuchillos, porque no detenía su marcha. El chirrido de la lámina de acero al ser rozada por la rueda del afilador, revelaba que estaba en plena tarea. El "achurero" del barrio era don Oviedo, según recuerda el "Golo" Tapia, que vivía en la Villa Flora y repartía achuras en carretela. "Cantonista a muerte". Recuerda Guido González que no gritaba "achurero", sino: "¡el rotisero señora!", en la creencia que le daba más realce a su mercadería. Recuerdo a un muchacho que tenía cierta discapacidad, pero eso no le impedía pedalear y al grito de "¡Lo-tería!", cortado al medio por su dificultad para vocalizar, repartía la esperanza de cambiar de vida, con un golpe de suerte. Don Espinoza fue nuestro sodero de entonces, oficio que siguieron sus hijos. Lo hacía en camioneta y también vendía en su casa sobre Cereceto. Recuerda Rodolfo Crubellier que, también se instaló sobre calle San Miguel, la sodería de "Roca y Criado", afianzada por muchos años. Muy esperado por los chicos era un hombre que apodaban "el Velita", que en un triciclo de color blanco vendía helados. El repartidor de diarios era don Ramírez, quien lo hacía en bicicleta y sobre la rueda delantera había acomodado una caja de gran tamaño, donde llevaba diarios y también revistas. A mi viejo le traía todos los meses la "Selecciones". También distribuía el "Pif-Paf", "Puño fuerte", el "Patoruzú" y otras revistas de historietas, que el tiempo ya sepultó. El padre de los hermanos Montenegro, el "Chanchero" y el "Mengueche", era el lechero, que la portaba en aquellos clásicos tachos de lata, de gran tamaño, que colgaban desde el lomo de un burro. Tenía vacas en su casa de calle Del Medio y Villicum, en plena Villa Rodríguez Pinto. Don Raúl, más acá en el tiempo, incluso de mis hijos cuando niños, fue otro lechero señorial de la esquina. Paseaba los niños en su carretela, siempre prolija e higiénica, por lo cual fue también, muy querido. En un carro destartalado, pasaba un hombre que apodaron "El Curioso", pues había colgado una leyenda atrás, que decía "Qué miran curiosos". Se dedicaba al arreglo de cachivaches o a comprarlos. El "Silletero", por su parte, se dedicaba a arreglar las sillas de totora. El "Quesero" de frente a Bodega Cinzano, también era otro clásico vendedor ambulante. Un turco que vendía telas para bordar, que ya traía dibujado el motivo, anunciaba "Tela linda, bonita y baratuuu". Seguramente omito otros de estos personajes entrañables, que formaron parte de la escena cotidiana de nuestro barrio, allá por los años cincuenta del siglo pasado.

Orlando Navarro
Periodista
Rodolfo Crubellier 
Ilustración