
Y "uno vuelve siempre, a los viejos sitios, donde amo la vida", dice la canción. Tan cierto es, que a raíz de los recuerdos de niñez publicados el mes pasado, mes del niño, algunos amigos me han acercado sus propias añoranzas de esa época tan hermosa. Como Gabriela González, hija de nuestro amigo Guido, fallecido hace poco.
Ella recuerda: "Mi niñez la pasé repartida entre mi barrio y el barrio de mi abuela materna, en Rawson. Al lado de su casa, vivían mi prima y mi primo. Compañeros de aventuras y travesuras. Escapaba de la siesta, dejando almohadas bajo la cama y sobre la almohada una muñeca "rubia", que me hacía de garante asomando sus "pelos". Pensaba que si se asomaban los viejos por casualidad, los engañaría. Era "muchachera" y eso preocupaba a papá. No me gustaba jugar con muñecas. Si me fascinaban las figuritas, llenar álbumes de fútbol, jugar a la pelota, andar en bici en los baldíos, que en mi infancia y en mi barrio, en Trinidad, había al menos uno en cada esquina.
Ahí nos poníamos en obra, los chicos traían sus palas y armábamos montículos de tierra, para que la bici se elevara al pasar sobre ellos, y poder dar un salto al estilo motocross. A las ruedas les poníamos bombitas de carnaval infladas con aire y así sonaban como motos. Tierra, barro, uñas sucias y pantalones raspados. ¡Qué hermoso!".
A su vez, otro amigo, Juancito Amorós, refiriéndose al relato sobre el buzón, dice "que vuelve orgulloso y hermoseado a su Esquina Colorada. Pero también con él, perdimos el cartero, ¿verdad? Recuerdo que en "mis" lote Riveros, calle Tucumán y Dorrego, a un costado de la escuela Nacional 76, y al lado de un canal, y como protegido por unas plantas de granada, se erguía como un tótem el surtidor de agua potable, que en aquellos tiempos de 1955 era sin duda un símbolo de progreso y servicio a la comunidad.
Durante las siestas de verano, salíamos descalzos por el guadal de tierra caliente, con 2 baldes de hojalata, a buscar agua para llenar la tinaja de barro cocido. Y no cuento los viajes cuando mi madre tenía que lavar. En los carnavales, en ese surtidor llenábamos las bombitas para arrojarlas, aunque ello nos trajera recibir algunas piñas.
Con el tiempo se hizo la unión vecinal y fue posible la pavimentación, el alumbrado, las cloacas y la red de agua potable. Así el progreso se llevó un cacho de nostalgia: mi querido surtidor"
Por Orlando Navarro – Periodista
Rodolfo Cruvellier – Ilustración
