Uno espera encontrar detrás de cada piedra gigantesca, la luz de una base espacial y algún astronauta dando saltos en cámara lenta por la falta de gravedad. Pero de pronto, esa sensación irracional se corta de golpe. La voz del guía pide no salirse del sendero demarcado para los turistas que caminan por el Parque Ischigualasto. Como si del mar de la tranquilidad se tratara, el paisaje con luna llena es completamente diferente a lo conocido durante el día. La "energía" que se respira, se podría decir que es la acumulada por millones de años, cuando las grandes criaturas poblaron ese lugar. Es imposible no preguntarse a lo largo del recorrido, que se hace a pie, cómo habrá sido vivir en esos periodos. Aunque las evidencias científicas sugieren que fue completamente distinto. Pero volvamos a la "noche en la luna". No hay contaminación lumínica alguna y los ojos se van acostumbrando a la potente luz que refleja el satélite natural de la Tierra. Lo que lleva nuevamente a abstraerse. A tal punto que las frecuencias sonoras se escuchan diferentes, como si las piedras rozaran unas a otras en un sonido grave, gutural. Las sombras se reflejan en el piso y en las paredes de areniscas de las rocas.

El frío también aporta lo suyo. Esa sensación extrema nos hace sentir totalmente indefensos ante tanta inmensidad. Es entonces que quien intenta retrasarse en la caminata, solo se ve obligado a apurar el paso. La sensación fantasmagórica del paisaje lunar eriza la piel. Los más aventureros, seguramente en su imaginación, fantasearán con ver el "Rover Lunar". La experiencia es por demás apasionante, solamente le faltaría una "puesta de Tierra" para completar lo que sintieron Armstrong y sus compañeros.