
Esperamos 365 días a la última noche del año y las últimas 24 horas son sólo preparativas para confirmar dónde nos reunimos, lo que vamos a cenar, quiénes van a estar, qué lleva cada uno. Como que casi siempre es la misma historia. Esta experiencia que pasa de generación en generación es un calco, salvo improvisados matices que no cambian su esencia. Despedir al año que pasó y recibir al que llega. Al que se fue diciendo: "por fin te fuiste”, y al que llega: "espero que sea mejor que el que se fue”. Recuerdo en el tiempo que lo que cambio fueron las energías. En los años mozos toda la vitalidad, en los años adultos recuerdos y paciencia para vivir este último día, o primera noche del viejo año y nuevo a la vez. El menú, los deseos, las promesas, los objetivos, y hasta los brindis son siempre los mismos, la cosa que la alegría tiene que estar presente para darle fuerza a la continuidad. El tiempo pasa, algunos ya no están. Pero otros llegaron, en algunas mesas sobran sillas y en otras hay que agregarlas. Todo es alegría, por allí se cuela el recuerdo que nuestros mayores traen a la mesa, muchas veces con alguna lágrima incluida, pero, "por suerte, algún joven con la copa en alto pide un brindis por lo que ya no están, y todo vuelve a la normalidad. En mi época de muchos brindis, se tenían en cuenta algunos detalles, costumbre ya perdidas. Era muy significativo e importante estrenar alguna prenda de vestir. Si eran todas mejor, pues ello significaba la renovación y darle fuerza al año que se iniciaba. Las mesas eran vestidas de pulcros manteles blancos, pues la blancura no dejaba pasar las malas ondas y moderaba el consumo de alcohol. El clásico clericó se preparaba minutos antes y se servía al final. Todo era a base de vino tinto, los menores solo ensaladas de frutas. Era casi una costumbre religiosa que un pariente o un amigo que la estaba pasando mal económicamente debía acompañarnos a la cena, hacerle un importante regalo en dinero y desearle lo mejor para el año que se iniciaba. Era "obligatorio” que el nieto más grande debía pasar a buscar y traer a los abuelos, (no existían casas de la muerte o geriátricos). Una vez terminada la cena, saludos van o saludos vienen, nos esperaba el baile, que como jóvenes terminábamos los festejos a pura música y en casa de un amigo. Eran mesas de muchos comensales, padres, hermanos y abuelos, más un invitado de honor, (por muchos años fue el Aldo) que le daba alegría al festejo. Hoy en mi casa hay 14 sillas sin ocupar y queda una sola. Para no sentirme solo, me voy a esperar al año nuevo con los pocos afectos que me quedan y empezar a esperar otros 365 días del año que recién recibo. Siempre, rogando a Dios, que me de salud, que aunque proteste, me gusta vivirlo y esperar.
Por Leopoldo Mazuelos Corts
DNI 5.543.908
