Señor director:
Lo bueno de tocar fondo, en cualquier orden, es que por fuerza intentamos volver a subir a la superficie, a riesgo de fenecer. Y en educación venimos tocando fondo desde hace varias décadas.
Y si hablamos de la universidad la cosa es muy grave.
La nota sobre los profesores interinos que serán titularizados suena a tiempos pre reformistas de principios del siglo XX, cuando los profesores llegaban a las cátedras por vías ignotas y se
quedaban en ellas para siempre.
Nadie habla ya de concursos: ni autoridades, ni docentes, ni gremios.
Los concursos abiertos de antecedentes y oposición son cosa, de la época de la vuelta a la democracia, en la que todavía se creía que la competencia sana y periódica era el reaseguro de cátedras con nivel académico y renovación constante del conocimiento.
La nota de referencia define al profesor interino como alguien que está sujeto a la arbitrariedad de autoridades que renuevan su designación cada año y que puede variar según el ánimo de las mismas. Casi diríamos que lo pinta como una víctima.
¿No sería mejor partir de la definición de un profesor efectivo? ¿Alguien que llegó a su cargo a
través de la vía legal y legítima de un concurso? ¿Alguien que confrontó sus títulos y antecedentes
con pares de su misma o parecida talla?
Es de esperar que las actuales autoridades de la UNSJ reasuman el rol perdido y afronten sus responsabilidades específicas con suficiente seriedad. Y los docentes en general -hay muy honrosas excepciones- debieran reflexionar sobre tema tan serio y crucial para la supervivencia de esta casa de estudios.
Es urgente y vital recuperar el prestigio y nivel que se alcanzó y se ha perdido. El único camino
para lograrlo es el trabajo constante, la investigación, el estudio y el cumplimiento de la dedicación que cada cargo conlleva.
