La extraordinaria performance de la argentina Nadia Podoroska en Roland Garros, deja muchos hilos para el análisis. Desde el punto de vista deportivo, es un hallazgo, luego de que desapareciera de los courts la gran Gabriela Sabatini. Cada vez que me acordaba de ella, pensaba, como la letra de aquel tango, "no habrá ninguna igual no habrá ninguna". Pero esta santafesina, rompió el escenario con la fuerza de un huracán, la delicadeza de una flor, y el brillo de una estrella. Puso otra vez en órbita mundial al tenis femenino de la Argentina. Pero tomemos un segundo hilo de los que ha tirado la "Rusa", como le dicen. No proviene de una estructura deportiva organizada para producir este tipo de cracks. No viene de una escuela de futuros campeones, como fue, o sigue siendo, no me consta, la de Tandil. Podría decirse que la Podoroska es producto de su propio esfuerzo, de su propio afán de superación. Es decir, mérito puro. El mérito, palabra de gran significado, y cuya puesta en cuestión ha hecho que por estos días se desgranen ríos de tinta sobre ella, acaba de ser revitalizado con fuerza estridente de la joven tenista. Si se asocia el mérito a la cuna, la cual facilitaría el éxito aún del menos dotado, o anular las posibilidades de un talentoso, solo por ser el "hijo de", o de haber "nacido en", Nadia hubiese estado predestinada a no llegar nunca a la meca del tenis mundial.

Nieta de inmigrantes ucranianos, creció en Fisherton, pueblito santafesino que, a su vez creció, como tantos otros, a la vera del ferrocarril. Desde chiquita, le agarró la pasión por el tenis y no fue a una academia, sino al club del barrio, el Atlético Fisherton, lugar donde también se inició ese monstruo del hockey sobre césped que fue Luciana Aymar. Al poco andar, su tenis comenzó a ser una cosa seria y cerca, sobre la ruta 9, instalo una escuela de formación Guillermo Coria. No pudo acceder a esa ella, y se inscribió, a unos metros de allí, en la cancha de regenteaba su entrenador de ese momento, Rudy Rampiello. O sea que la cuna, no tuvo nada que ver en su caso. Un tercer hilo provendría de su carrera. Sobresalió y con 14 años y meses, ingresó al circuito profesional. Allí tuvo un crecimiento normal, ganó el Panamericano de Lima, Perú, y ya en el puesto 230, logrado en 2016, comenzó a lidiar con dificultades geográficas y también económicas. Pero fue creciendo y una serie de lesiones, muñeca, espalda, caderas, algunas trabas mentales, por la asfixia de no poder competir, pusieron en peligro su carrera. Entonces puso a funcionar el órgano más importante del ser humano, la cabeza. Se fue a España y desde allí contacto al coach argentino Pedro Meroni, que vive en Doha y entrena el equipo de bowling de Catar. Meroni desarrolló en la mente de Nadia varios conceptos, basados en la concentración, con ayuda de la filosofía zen y las neurociencias. Fueron varias sesiones focalizadas en: ignorar los contextos, respirar y visualizar, con el objetivo de mejorar la concentración. Esa fuerza mental, fue la que le permitió dar el gran salto que la tiene ahora brillando en París. Fue la diferencia. Puro esfuerzo individual, puro sacrificio, puro mérito. Una lección que debemos aprender. Usar la cabeza, huir de los contextos que condicionan, visualizar objetivos, concentrarse. Sería muy importante que esta reactualización de esos fundamentos que tenemos como adormilados, vitalice cada minuto de nuestras vidas, con la convicción con que Nadia devuelve cada pelota.

Por Orlando Navarro
Periodista
Fuente: Diario Nación