Señor director:
Noviembre es el mes de los difuntos. Con idas y venidas al cementerio. Allí se ponen flores, se llora y se ora ante la tumba de nuestros seres queridos. El pensamiento apunta a la eternidad.
Ese tiempo sin tiempo, presente continuo que, a cada uno, nos va a tocar vivir. Digo vivir, porque "morir sólo es morir. Morir se acaba. / Morir es una hoguera fugitiva. / Es cruzar una puerta a la deriva / y encontrar lo que tanto se buscaba (…); tener la paz, la luz, la casa juntas/ y hallar, dejando los dolores lejos, / la Noche – luz tras tanta noche oscura” ( Martín Descalzo, sacerdote, periodista y poeta).
Desde que nacemos, somos eternos: la muerte no existe, sino la vida, con apariencia de muerte al contemplar el cuerpo yerto. La carne resucitada aparecerá unida al alma inmortal para acudir al Juicio y, luego, gozar o sufrir juntas. Unos vivirán en gozo permanente, sin empacho o hastío; otros, en remordimiento inacabable. Depende de como se haya empleado, en el tiempo, la libertad; y del arrepentimiento o no, si se obró mal ( la Misericordia de Dios es infinita con quien fue, alguna vez, misericordioso).
Oportunidades para lograr una Eternidad dichosa, a nadie le faltan. Dios nos dio la libertad para amarle y servirle como nuestro Creador y Padre, y para servir al prójimo como a hermano. ¡Cuánta alegría tendrán, al llegar al Más Allá ineludible, aquellos que emplearon su tiempo en amar y servir. La voluntad de Dios es el amor con dos alas que baten juntas: una para amar a Dios y otra al prójimo.
