Tributo de los pocitanos a la India Mariana

 

Durante el siglo XVI, camino al poblado de Mendoza y a unos cuantos kilómetros de San Juan de la Frontera, las primaveras comenzaban y los primeros deshielos vertían sus hilos de agua sobre los lechos rocosos del Valle de Tucuma. Siempre, para esa temporada, bajaba de los cerros precordilleranos una "india huarpe", de mediana estatura, muy delgada, de piel cobriza y cabellos que el viento enrollaba suavemente en su cuello. Su única compañía era su "choco". Algunos pobladores españoles y criollos que labraban esas tierras, habitaban un incipiente caserío cercano. Decían que muchos años atrás ella misma lo había plantado y que cada temporada estival regresaba a cuidarlo y cantarle. Todas las siestas junto a ese algarrobo, los niños del lugar se reunían junto a ella, para que les relatara cuentos fascinantes de pájaros gigantes y animales que hablaban. De seres de otras épocas, y de tiempos en los que solo habitaba el Huarpe. Ella, salvo ese tierno momento con los niños, vendía unas piedritas doradas, que el descendiente del conquistador español enloquecía por tener. Era oro. Siempre que algún comprador le preguntaba dónde conseguía esas "piedritas", ella contestaba que las sacaba de un "pocito", al pie de unos cerros y quebradas cercanas. Muchos hombres avaros y sin escrúpulos, siguieron a la india Mariana. Pero de aquellos que a lo largo de los años la siguieron, solo uno pudo regresar. Estaba medio enloquecido y contando de visiones de pájaros gigantes, plantas que hablaban y apariciones espectrales. Él vio a la india Mariana, en perfecta comunión, como hablaba con las plantas, guanacos y animales de esos lugares donde se convertía en Reina India.

Un día, un grupo de españoles de otras tierras junto a algunos de la zona, decidieron que al anochecer se presentarían ante la "india Mariana" y la obligarían a que revele el lugar de ese "pocito" de donde sacaba esas pepitas de oro. Fue entonces que una, se acercaron al algarrobo donde podían ver el "pucho" encendido de la india Mariana. Al encontrarse a muy pocos metros del árbol, el "choco" de la india se puso de pie. Era del tamaño del algarrobo y su boca el fuego que los intrusos vieron. Entonces huyeron despavoridos y aterrados con aquella aparición. Mientras corrían sintieron la risa burlesca de la "India Mariana", que salía del interior del árbol. Esa noche la tierra tembló como nunca y su rugido se sintió a muchas leguas de distancia. Nunca más se la vio a la India Mariana ni se supo de ella. Pero al lugar, solo le quedo hasta nuestros días su nombre: Pocito.

Por Jorge Reinoso Rivera
Periodista en Defensoría del Pueblo